Por Darío Cortés.
Enrique Federman presenta su nueva obra en el teatro La
carpintería los días miércoles. Junto a cinco actores van estableciendo las
reglas de un juego insólito, mientras lo están jugando. Es una comedia furiosa,
rabiosa y fascinante. Nos reímos del juego para no llorar. Un juego que todos y
todas deberían ver.
Las
señoritas,
bien
hechas, amables y bonitas
no
deben a cualquiera oír con complacencia,
y
no resulta causa de extrañeza
ver
que muchas del lobo son la presa.
Y
digo el lobo, pues bajo su envoltura
no
todos son de igual calaña:
Los
hay con no poca maña,
silenciosos,
sin odio ni amargura,
que
en secreto, pacientes, con dulzura
van
a la siga de las damiselas
hasta
las casas y en las callejuelas;
más,
bien sabemos que los que fingen bondad
pero
por dentro mentirosos, feroces y feos
cuidado
con esos…
entre
todos los lobos ¡ay! son los más fieros.
Charles
Perrault, moraleja final del cuento “Caperucita Roja” (1697)
Desde el apagón oímos a un guardaparque (¿o se trata de
un oficial militar?) hablar por walkie tokie ¿Está hablando o está jugando? Se
enciende la luz y vemos una cabaña o ¿un decorado de una cabaña? Estamos
asistiendo a los preparativos del juego ¿o el juego ya empezó? ¿Es una cabaña
que hospeda gente? ¿Es una guarida de entrenamiento militar? ¿Es una escuela de
adoctrinamiento? Nada interesa menos que contestarnos estas preguntas porque lo
más importante es que el juego nos atrapa y nos interpela. Como espectadores ya
somos parte. No es necesario “entender” para participar del juego desopilante
que ya comenzó y que con poca información provoca carcajadas involuntarias. El
primer actor que entra a escena es Germán
Rodríguez, que se supera en cada complejo desafío actoral que asume. Desde
su oscura composición en la obra Absentha
de Alejandro Acobino pasando por el histrionismo desplegado en Rodando hasta aquí y ahora en Camuflaje.
Sigue la segunda escena con la llegada de una mujer
cargada de valijas (Soledad Bautista
en un personaje ansioso, inseguro y verborrágico). Entra a escena otro oficial
que aparentemente también reside allí (Néstor
Caniglia compone a una criatura misteriosa y desconcertante). Hay relevo de
guardias. El estratega se queda casi siempre en la cabaña y el segundo oficial está pendiente de alguien que debería llegar, se abriga, busca los
binoculares, mira por la puerta esperando algo o alguien. El oficial primero anota sus investigaciones
mentales en un cuaderno, no habla, no siente, como que no está o está en otra
cosa. Ensaya figuras y poses. Está ido pero también atiende al huésped recién
llegado. Es claro, escueto y concreto en sus intervenciones.
Llega la segunda mujer en bicicleta (Eugenia Guerty, que despliega varias facetas de una extraordinaria
actuación cómica) y habla mucho, no termina las frases, quiere explicar cosas
que no vienen a cuento, no encuentra las palabras adecuadas. Una mujer
desfasada, desbordada. Se ríe cuando no corresponde, se pone solemne cuando no
hace falta. Se calla de hablar cosas por el que dirán pero cuando suelta la
lengua, lo hace con confesiones y propuestas atropelladas. Está enamorada de
una mujer pero también la llenaría de golpes. Y también podría adoptar un bebé
o dos. Le llaman la atención los objetos, las cosas de la cabaña, las mira, las
toca, las revisa. Lee en voz alta la lista de huéspedes. Han pasado por allí
abusadores y acosadores de mujeres que son mencionados con nombre y apellido,
miserables que son recordados por sus repudiables frases más que por sus
nombres.
Cuando las reglas del juego y el azar llevan a los
personajes hacia el abismo, aparece un oficial a cargo, de rango mayor (Lisandro Fiks) para poner las cosas en
orden. Cuando parece que las cosas se van a poner en orden, se ponen peor… se
ponen espantosas. Situaciones llevadas al paroxismo. Hay borracheras,
confesiones y viejas anécdotas sin gracia que cuenta el mayor y todos tienen
que escuchar y reír porque no queda otra. También hay momentos para cuentos infantiles
de lobos feroces y juguetones, ronda de chistes, juegos de mesa y juegos de insomnio
en medio de la noche.
Y no sabemos cómo fue que aceptamos las reglas de este
fascinante juego y nos encontramos asistiendo a un curso con doctrina
tautológica donde hay lugar para todo: es comandada por el primer oficial y
participan dos aparentes gays reprimidos, dos lesbianas, un facho homofóbico
con lenguaje altamente belicoso y violento que también reflexiona sobra la
ecología, la tala de árboles en el sur, las muertes dudosas en los ríos, los
disparos en la nuca a sangre fría, los matrimonios que “ahora se pueden”, la
fascinación por las especies autóctonas y su fanatismo y su rendición a los
pies de un imperio extranjero que quiere comprar todo el bosque sureño. Una
contradicción atrás de otra. Se autoproclama bueno pero hacer el mal le da
brillo a sus ojos. Después de su discurso, el personaje de Germán Rodríguez
casi que se retira de escena realizado, ha cumplido una misión, esta más facho
que antes, le crecieron los bigotes y le cambio el tono de la voz y el tono del uniforme color verde. Un ascenso cantado. Va a cumplir una
misión y todos los demás, obsecuentemente y con fingida emoción y complicidad, lo
despiden y festejan su maravilloso y violento desempeño. El juego lo juegan
todos pero cada uno tiene que estar atento a su propio juego porque si no una
prenda tendrá, como dice Antón pirulero (¿o Antón pistolero?). El juego da para
el ninguneo, para el individualismo, tener miedo del otro o sospechar del otro,
para la violencia en general incluso sin importar distinción de género, se
puede maltratar al otro porque el juego lo habilita. Después de todo es
evidente que gana el más fuerte, este juego no es para flojitos. Si alguien se
equivoca es señalado pero si hay aciertos todos se los quieren adjudicar. Un
impredecible juego de azar.
Hay una corriente de investigación
desarrollada por la investigadora postdoctoral del CONICET, Noelia Enriz (en su
artículo publicado en diciembre de 2011) que estudia la relación entre la
antropología y el juego como fenómeno social. Allí sostiene que Handelman
(1974) expone que los primeros abordajes se interesan por los diversos mensajes
que en el marco del juego se brindan sobre aspectos de la sociedad. Desde
la perspectiva de la filosofía griega, surgieron expresiones que otorgaban al
juego valor como elemento de “adiestramiento” de la personalidad y por lo tanto
de los comportamientos de los ciudadanos dentro de la polis. Así el juego desde
los orígenes de la idea y práctica del mismo, se estudiaba y desarrollaba entre
reglas, normas, roles, comportamientos, aceptaciones, tolerancias y prohibiciones.
Así, para Platón en Las Leyes (1998),
la sociedad ateniense debía atenuar su corrupción con una educación en valores
centrada en el juego. El juego era percibido como un elemento disciplinador que
sería tutorado, apuntando a la formación en valores de interés para el orden
social. Esta línea, derivada del deporte, presenta una interesante vinculación entre juegos, doctrinas y
prácticas. Si bien actualmente el juego nos remite a libertades lúdicas, su
origen fue cuidadosamente sistematizado para un fin específico: controlar al
ciudadano. Hay algo de esta corriente antropológica circulando en el ambiente
que se respira en la obra que nos convoca, Camuflaje.
Es posible afirmar que el otro juego, el de la obra de
teatro escrita y dirigida por Federman es un juego atrapante y raro, provoca carcajadas por la
exacta precisión de reloj con la que lo actores interpretan este admirable
cuento cómico y altamente lúdico. Hay un juego dentro de un juego, el que
juegan los personajes y el dispositivo que pone en funcionamiento su director
con los actores. Elige narrar la historia con escenas cortas o muy largas y
todas interesan por partes iguales. El director diseña en teatro –algo pocas
veces visto- una especie de edición o montaje en un sentido fílmico. Elige
cuidadosamente que parte mostrarnos y cómo. Vemos situaciones, fragmentos que tienen coherencia o
no pero que son acertadas en el momento en que suceden así como también se
repiten y cobran otro sentido en una escena posterior. Un juego de mamushkas
rusas delirante. Federman ingresa, con esta obra de teatro, una vez más a diversos
planos de la comedia, del humor, de la tragicomedia, del recorrido de la
comicidad en un trabajo de interpretación actoral profundo y creíble. Algo de
esto ya sucedió en No me dejes así (también
con Guerty y elenco) y en ¡Pará,
fanático! (con un Carlos Belloso brillante en un unipersonal de 2002). También
el mismo director se permitió aportar luz a propuestas comerciales que sin su intervención
no hubieran sido especiales, como la dirección de actores lograda en el musical
Sweet Charity (con uno dúo poderoso entre
Flor Peña y Nico Scarpino) o The
Pillowman (debut teatral de Pablo Echarri), entre otros montajes.
Hay una especial utilización del concepto de “adaptación”
(objetivo fundamental en todo juego) en la propuesta de Camuflaje, la adaptación que manejan los actores en el juego dentro
del juego (es decir en la acción), la que propone el texto y la de la dirección
(el juego de la puesta en escena). Es una obra camaleónica, que es y que
aparenta una criatura dentro de otra, así como para la biología el camuflaje
es la ocultación de animales (o para el ejército) vestir objetos militares
mediante cualquier combinación de métodos que permita pasar desapercibidos,
así sucede con esta obra. Una de las características del camuflaje es la
mimetización, es decir lograr la igualación exteriormente, lograr símiles al
hábitat y así pasar desapercibidos. El camuflaje también es considerado una
herramienta para retrasar el reconocimiento de algo real. Involucra el engaño,
la mentira, el artificio y la apariencia. Puro teatro.
Créditos:
Camuflaje
Miércoles 20,30hs en La Carpintería, Jean Jaures CABA.
Elenco: Eugenia Guerty, Germán Rodríguez, Lisandro Fiks, Nestor Caniglia, Soledad Bautista.
Dramaturgia y dirección: Enrique Federman
Vestuario: Analía Morales
Escenografía: Mariana Tirantte
Iluminación: Omar Sergio
Possemato
Música original: Pablo Martin