martes, marzo 19, 2019

TEATRO | CHORUS LINE, bailando bajo la lluvia



por Darío Cortés.

Chorus Line dirigida por el imparable Ricky Pashkus, coreografiada por Gustavo Wons, producida por Javier Faroni e interpretada  en cuerpo y alma por un elenco de referentes y revelaciones del teatro musical argentino dejan extasiado y sin aliento al público. Desde el 29 de marzo en el teatro Metropolitan Sura. 

No es casual que uno de los primeros textos que son cantados por los intérpretes de esta nueva puesta del imperdible musical suene a protesta: “Necesito trabajar, merezco una oportunidad… debo pagar el alquiler… Tengo una familia que mantener.  Sólo se bailar…” y esos gritos desesperados funcionen como obertura.  A Chorus Line, creado, dirigido y coreografiado por Michael Bennett, el libreto de James Kirkwood Jr. y Nicholas Dante, letras de Edward Kleban y música de Marvin Hamlilsch fue llevado a los escenarios por primera vez en abril de 1975 en Broadway y hoy es puesto en escena por Pashkus. Tampoco es casual que la vigencia del relato se mantenga intacta. Por todo lo que dice y por todo lo que se silencia en la obra, por lo que se ve y lo que no se ve, por lo que se cuenta en ese escenario y lo que se entiende está sucediendo “afuera” del teatro y lleva a los personajes a sus propios límites por la necesidad de trabajo y por otras carencias.

Rebautizado a secas como Chorus Line, tiene mucho del original pero lleva un sello propio del equipo creativo argentino y se vislumbra un represivo espíritu “setentoso” al mismo tiempo que atemporal y muy 2019 en el contexto de un aplastante neoliberalismo que hay que revestir con brillo y sonrisas para que no se note lo que duele. Se trata de un musical acerca del derrotero personal y grupal de un selecto y talentoso equipo de artistas que participan de una audición para ser parte de la línea del coro de un musical. El argumento gira en torno a la selección del ensamble, para lo cual estos artistas deberán dar lo mejor y más.  Es una prolongada jornada de baile, canto y actuación, pero además deberán abrir sus corazones,  desnudar parte de sus pasados, sus despertares sexuales, sus miedos y sus fantasmas que son arrojados desde el escenario o desde la platea en forma de canción, de coreografía o de texto hablado,  indistintamente, desordenadamente. El elenco logra conformar un grupo artístico tan heterogéneo como parejo que shockéa al espectador.

La trama expone las personalidades de los bailarines, del director y del coreógrafo del show, a medida que ellos cuentan los eventos que moldearon sus vidas y las decisiones que lxs hicieron bailarinxs, los pensamientos se funden con las manifestaciones de recuerdos que duelen porque revelan sus identidades desde la reinvención de ellos mismos a partir de la burla y la injuria por haberse dedicado a bailar desde la infancia y transitar un camino disruptivo como los "bichos raros" de cada familia tradicional a la que pertenecen o pertenecían.

Muchas decisiones de puesta en escena y de propuesta (con la impecable intervención de Gustavo Wons como coreógrafo y además intereptando con soltura al mismísimo papel del coreógrafo de la ficción desarrollando con humor sus intervenciones) son destacables en Chorus Line y una de ellas es como el directo Ricky Paskus sacó brillo a la figura de “lo diverso” que se instala en el corazón de la historia, el género teatral elegido por antonomasia queer.  Porque todas las identidades son convocadas en la historia tanto en los personajes masculinos, como en los femeninos y como en les otres. El director quiere saber por qué decidieron bailar desde la infancia, por lo tanto mete el dedo ahí donde más duele hasta que aflore el génesis de cada artista y es por eso que la obra conmueve, emociona y divierte ya que todas las formas de amar, pensar, sentir y presentarse frente al mundo están ahí plasmadas.

Hay una recurrencia al descubrir sexual diverso por parte de los personajes  como el afeminado “Greg” (Matías Prieto Peccia) que tiene como referencia a John Travolta pero se mueve pavoneando su cuerpo más bien como Olivia Newton-John, o el estremecedor momento donde el personaje de "Paul San Marco" (Nicolás Di Pace) confiesa haber sido abusado repetidas veces desde los seis años y que en el único lugar donde encuentra paz es en el baile o en un escenario. Momento que es suavemente iluminado y dónde el exigente director (interpretado con solvencia por Martín Ruiz), se quiebra.  Otro de los muchachos denuncia su dolor porque en el barrio lo llamaban “patitas locas”, cuando bailaba solo en la calle en vez de estar con los varones y repasa la felicidad de “montarse” a lo dragqueen, ante la mirada atónita de sus padres.

Los cuerpos femeninos y afeminados tienen mucho que decir mientras se muestran en el casting. La actitud sexual-explosiva de “Sheila” (Jessica Abouchain), las operaciones para estar en forma, los cuerpos altos, bajos, flacos, gordos, faltos de tetas o con excesos de pechos son tema de opinión, de canción y hasta crean una original disidencia a la norma establecida en la sociedad y en el mundo del baile. El brillante trabajo de tres mujeres especialmente: Laura Conforte, Sofía Pachano y Mariú Fernández aportan frescura, desborde de talento y esperanza a personajes femeninos que por razones de clase social baja, por ser víctimas del machismo o de “la imagen que debe tener una mujer que baila” constituyen un trío que arroja luz sobre la figura acerca del “deber ser” de la mujer de hoy.

Hay una denuncia social omnipresente en la que Pashkus hace foco y hace brillar esta pieza más que nunca y es sobre la necesidad de “bailar” para poder tener un trabajo con dignidad (¿Qué quieren decir los personajes/actores de esta obra cuando piden a gritos en la audición que los dejen bailar, que los dejen expresarse, que los dejen actuar porque falta trabajo y no saben hacer otra cosa?).  Esta mención no es menor, ya que Chorus Line se presenta como uno de los pocos musicales que podemos encontrar hoy en la cartelera porteña a falta de las grandes producciones que hubo en otros tiempos. Esta obra podría alistarse en los musicales en los que los artistas cantan diciendo que quieren bailar y bailan diciendo que quieren cantar. Un show hecho a partir de la costura y la pluma de espectáculos gay friendly como Fama, Flashdance, Footloose, Grease y –con un entramado más denso– All that Jazz

El teatro musical sigue siendo el mejor amigo de las diversidades sexuales y en este caso también de las mujeres que se revelan a la norma porque dentro del teatro, el musical es más amigo de las diversas formas de pensar, sentir y amar.  Chorus Line podría considerarse como un musical para salir del closet en todas sus maneras y para sacarse las caretas en todos los sentidos, para poder decir: “Acá estoy yo, soy esta, soy este…soy lo que soy” y que no importe si quedás elegido, si ganaste o no. Es decir, derribar bailando, gritando y cantando las vallas carceleras y represoras de la meritocracia y demostrar que lo importante es que todas las formas de ser están visibilizadas.

Chorus Line
Dirección:
Ricky Pashkus
Elenco:
Laura Conforte, Martín Ruiz, Sofía Pachano, Gustavo Wons, Jessica Abouchian, Mariana Barcia, Evelyn Basile, Menelik Cambiaso, Juan Martín Delgado, Nicolás Di Pace, Clara Lanzani, Martina Loyato, Juan José Marco, Emi Obrn, Matías Prieto Peccia, Nicolás Repetto y Mariú Fernández.  

Fotografías: Silvy Galdi.

DESDE EL VIERNES 29 DE MARZO:

TEATRO METROPOLITAN SURA, Corrientes 1343, CABA

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