jueves, enero 18, 2018

TEATRO | ENTONCES LA NOCHE, como perros salvajes


Por Darío Cortés. 

Cecilia Roth, Dolores Fonzi y elenco protagonizan la nueva obra de Martín Flores Cárdenas. Se puede ver de miércoles a domingos en el Paseo La Plaza.


"Holly vino de MiamiFlorida; atravesó todo Estados Unidos en autostop,
se depiló las cejas en el camino, se depiló las piernas… entonces
ahí fue cuando dijo: hey bebé, toma un paseo por el lado salvaje"
Lou Reed, Walk on the wild side.


La canción de Lou Reed, producida por David Bowie, canta los encuentros de seres perdidos, de diversas identidades sexuales que confluyen en la factoría Warhol. El mismo Bowie se refirió a la canción de Reed como un diario íntimo de anotaciones sobre encuentros de gente con y sin rumbo, de seres salvajes y desesperados. Un relato americano.

La canción no forma parte de la banda sonora de la última obra escrita y dirigida por Martín Flores Cárdenas que se presenta en la sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza con producción de Pablo Kompel pero sintoniza con el universo que plantea la pieza. Podría ser un texto del personaje hechizante que compone Dolores Fonzi que hasta los párrafos crueles hace sonar intensos  esta intérprete que pisa fuerte en cine frecuentemente y cada vez que habita una obra de teatro sorprende poderosamente por su capacidad de estar presente, de mirar con esos ojos salvajes a cada espectador y no soltarlo. Su personaje podría ser -por el acento que compone-  una trabajadora de la noche venida de Neuquén, Rosario, Mendoza, Indiana, Missouri, Nuevo México, Monterrey, Panamá o cualquier punto de América. Es cierto que la obra acuña un espíritu country-western-far west pero lo que se relata es tan americano que podría situarse en cualquier ciudad del continente o en un bar de carretera.

Los personajes cuentan, dicen. Los actores esperan, en un sillón viejo y marrón, su turno. Los músicos, Fernando Tur y Julián Rodríguez Rona, acompañan notablemente cada clima y el clímax de la obra. Es una estructura original construida desde el texto que presenta monólogos fraccionados de cada personaje que de a poco se van entrecruzando y se intersectan en un lugar y espacio específico. El recurso elegido en el relato es la descripción de forma detallada y ordenada cómo fueron sucediendo ciertos sucesos en cada historia, pero se rompe ese recurso porque los personajes no sólo cuentan lo que viven o vivieron, hay momentos donde el relato se apodera de ellos salvajemente y la acción se hace presente. No se está contando únicamente algo vivido, se está regresando a esa situación que se recuerda y está sucediendo ahí.

Desde el comienzo, los cuatro actores (Cecilia Roth, Dolores Fonzi, Guillermo Arengo, Ezequiel Díaz) se presentan  con un anuncio: “ahora voy yo”, una clara llamada de atención. Necesitan ser escuchados, hay algo que quieren contar. Ocupan el proscenio del escenario, el centro en general. Comienza la obra un camaleónico Díaz que habla de su carencia, o algo, porque estos personajes dicen mucho pero no dicen todo lo que les pasa, porque tampoco nadie dice todo lo que le pasa. A través de un monólogo por momentos neurótico donde el actor pregunta "¿se entiende lo que digo?" - incluso dejando la duda de si pregunta el actor o el personaje - . Díaz consigue remontar al público hacia aquellos episodios que aún no entendemos del todo por qué lo modifican o lo trauman con respecto a su padre. El tono en el que el actor se maneja es atrapante, una composición entre el drama y la comedia. La omnipresencia de un padre ausente le duele. El relato está contado de una manera en  la que el público duda entre la risa o el nudo en la garganta, pasando por los dos estados. El dolor del personaje es la búsqueda incansable de un padre que un día se fue, abandonando a un niño y a una madre inestable que se quedó pero que también está ausente. El momento más punzante es cuando cuenta que lo primero que hace al conocer a un hombre es mirarle los zapatos para saber cuánto calza, para averiguar si coincide con la huella que dejó su padre, al partir, en la vereda de cemento fresco de la puerta de su casa.

Llega el turno de ella, una mujer aparentemente capaz de controlar cualquier situación, pelo recogido con una cola atrás, camisa furiosa animal print, botas y pantalón ajustado negro. Sus monólogos también se plantan con un pie en la comedia y otro en el drama. Cecilia Roth compone a una mujer que no puede controlar nada, seguimos su relato sobre un vagabundo que golpea los cristales de un restaurant cool y al que nadie de los presentes alli desea que ingrese. No entendemos (y no nos importa entender) si a ella le molesta, le da risa o siente compasión por esa persona desesperada contra el cristal que cree conocer. La solidez de la actriz es coherente a la solidez de esa admirable composición de personaje salvaje y malherido. En tres monólogos con un espíritu Bukowsky, donde esta mujer se va degradando y disolviendo en un claroscuro alcohólico carveriano, es posible afirmar que Roth asume el desafío que podría hacer colapsar a cualquier actriz por el grado de exposición, por el límite finito que separara o no los posibles géneros dentro de la inestabilidad del personaje que compone. La violencia, lo sexual explícito y el alcoholismo posiblemente sea de lo más complejo de retratar en teatro y ella puede con todo esto. Roth no le teme al ridículo como actriz, el personaje hace el ridículo, a veces no puede controlar los pasos del mareo ni la modulación al decir, tiene alucinaciones, se emborracha hasta el vahído y termina con cualquiera (¿el mismísimo joven que busca a su padre?). Lo de Cecilia Roth es tan notable que vale recordar, para el que no lo tenga en mente, que se trata de la actriz más internacional de Argentina, con una potencia interpretativa histriónica y una impronta únicas. Se la ve liviana en escena, disfruta el reto y sale airosa. Es un personaje que se sumerge de cabeza en la decadencia, en la confusión, en la perdición y en la actriz parece no haber miedos de habitar todos esos lugares.

Luego viene el turno de Arengo, un policía maduro y trasnochado que cree que entiende todo lo que le está pasando cuando en realidad es todo lo contrario. La criatura que compone está desfasada, de moda, de tiempo, de tono. Le dedica canciones de amor a prostitutas jóvenes que conoce desde hace una noche o tal vez dos. Le llaman la atención los perros abandonados, se hace cargo de uno. El oficial que compone Arengo nos deja atónitos y atentos. Su complexión física más sus emociones sin sentido y una dulzura que se asoma dichas en un policía que vive rodeado de violencia y que se mezcló tanto entre lo marginal que su desesperación podría estar puesta en sentirse marginal él mismo en un aspecto de su vida, ajeno, fuera de todo, ido. Un extranjero, alguien que no es de acá y no por nacionalidad, sino que no pertenece a ningún lado, como diría Albert Camus.

Lo sorprendente del juego que consigue Cárdenas en su puesta es que creamos como espectadores que vemos una historia suelta que se va uniendo aunque en realidad es todo lo contrario son cuatro historias que se van rompiendo, se cruzan, chocan y se pierden aún más en lo profundo de la noche, porque los personajes se van corrompiendo internamente, se van ahogando en sus agujeros y carencias. Se van alejando del eje. Tocan fondo y lo aceptan, son capaces de reírse de sus propias desgracias. Bailan. La música es fundamental porque les marca el paso, el que se queda quieto ante lo que duele, pierde y parece que eso sería lo más terrible. Como dice un texto de Fonzi: “de repente en medio de la desolada noche quedás atrapado en medio de una manada de perros salvajes que te acorralan, sueltan saliva, miran fijo y están dispuestos a atacar”. Ahí es donde los perros salvajes muerden, muerden la herida de estos cuatro sujetos. Justo en medio de la noche, una vez más. Ahí donde mas duele.

Créditos:
ENTONCES LA NOCHE
Autor y director: Martín Flores Cárdenas
Elenco: Cecilia Roth, Dolores Fonzi, Guillermo Arengo, Ezequiel Díaz
Músicos: Fernando Tur, Julián Rodríguez Rona
Funciones de miércoles a domingos.
PASEO LA PLAZA, Corrientes 1660, CABA.




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