Por Adrián Melo.
Recomendados NETFLIX. Una
reflexión sobre homoerotismo e imaginarios sociales en la serie de tv Spartacus:
Blood and Sand y la electrizante impronta del fallecido Andy Whitfield
(1972-2011) protagonista de la primera y más lograda temporada sobre la famosa rebelión
de esclavos en la Roma antigua.
“Porque muerto él, con él ha muerto la belleza,
y
muerta la belleza vuelve otra vez, el negro caos”.
William Shakespeare, Venus y Adonis
Un fantasma recorre
la cultura popular norteamericana y europea: el fantasma de Espartaco. Va y vuelve como el eterno retorno de lo
reprimido desde que se inmortalizara en el cine a partir de la versión
protagonizada por Kirk Douglas y dirigida por Stanley Kubrick en 1960, de los filmes derivados del éxito de
esta película paradigmática: “Il fligio di Spartacus” (Corbucci, Italia, 1962),
“La vendetta di Spartacus (Lupo, Italia, 1964) o “Espartaco y los diez
gladiadores” (Nostro, España/Italia/Francia, 1964) y de las populares y
comunistas novelas de Howard Fast y Arthur Koestler.
Parece haber un
Espartaco y una significación sobre Espartaco para cada época histórica e
inclusive para cada espectro de la política desde el liberalismo hasta la
izquierda ortodoxa. Una de las más ambiciosas y populares de las versiones del mito
en los últimos tiempos, la serie “Spartacus: blood and sand” producida por la
Ghost House Pictures para la cadena de televisión estadounidense Startz,
parece reunir posmodernamente muchos de los imaginarios sociales y políticos
–incluso contradictorios- que giraron en torno a la figura del esclavo tracio
tal como fue representado en las ficciones de los siglos XX y XXI. En las
siguientes líneas, se analizará esa serie a la luz del contexto socio –
cultural en el que es producida y en contraposición a la modélica obra
cinematográfica de 1960. Promocionada
como un cóctel de sexo, violencia y ritmo, “Spartacus…”, retoma y lleva a sus
límites al género péplum y al homoerotismo y da cuenta de una sociedad basada
en el individualismo, la violencia, el espectáculo y la estética de los
videogames.
Spartacus… no se presenta como
una serie basada en los testimonios históricos. Sin embargo la principal
fuente y punto de partida de Spartacus:
blood and sand es la película de Kubrick (Que es la representación
de Espartaco, lo que Boris Karloff a la representación de Frankenstein). El
argumento se vale de fragmentos históricos mezclados con ficciones establecidas
y otros tópicos propios del péplum, el melodrama y de las series de tv norteamericana,
las estéticas de las películas 300,
de género gore y de los videogames para dar lugar a su vez, a una ficción más
desmadrada aún. En ese sentido, los
torneados, estéticos y bien cuidados
cuerpos de los gladiadores tan semejantes a los modelos publicitarios de Calvin
Klein y tan perfectos merced a la magia del photoshop y a las nuevas
tecnologías computerizadas debían contrastar con los salvajes, maltratados y
excesiva y mal alimentados cuerpos de
los gladiadores de la antigüedad.
El episodio histórico
recreado en Spartacus: blood and sand,
primera temporada de cinco de la serie Spartacus
y la única protagonizada por Andy Whitfield es la
fuga de Espartaco y alrededor de sesenta esclavos del ludus -la escuela
brutal de entrenamiento de los gladiadores- de Capua propiedad de Léntulo Batiato (John Hannah). Ese escape sería el germen de una rebelión mayor
compuesta por esclavos, hombres libres y etnias relegadas de los derechos
civiles, políticos o económicos de Roma, que se extendería por más de dos años,
pondría en ascuas al imperio romano y comprometería alrededor de 10.000
hombres.
Las fuentes
históricas tienden a aceptar que Espartaco nació libre y militó en el ejército
romano, probablemente como miembro de las tropas auxiliares de las legiones
(App. B.C. 1.116), después desertó convirtiéndose en un proscripto lo cual fue
la causa de su posterior esclavitud cuando fuera apresado por el ejército
romano y posteriormente puesto en venta para su adiestramiento como gladiador
(Flor. 2.8.8.). Si bien la serie parte de este presupuesto, en cambio la
película dirigida por Kubrick con guión de Dalton Trumbo convierten a Espartaco
en un hijo de esclavos, vendido antes de los trece años para trabajar en las
minas tracias. El objetivo que dista de
la extracción social privilegiada que le atribuyen Apiano o Floro cumplen en la
película el rol de engrandecer la figura del protagonista, convertirlo en
mártir y modelo a seguir y exponente de generaciones de esclavos sometidos.
Varios autores
(Tellez Alarcia y Pérez, 2000/ Frías Castillejo, Mira, 2008, entre otros) han
dado cuenta de la evidente relación entre el Espartaco de Kubrick y el contexto norteamericano de la guerra
fría, el penoso y reciente recuerdo de la persecución macartista al comunismo y
la lucha contra la discriminación racial de los negros.
Así la película se constituye en documento de
época para dar cuenta de la censura y persecución a intelectuales y artistas en
Estados Unidos a mediados del siglo XX y la manera en que logró evadirse y
denunciar esa censura empleando un personaje histórico carismático. A su vez,
la película refleja el Zeitgeist de los años sesenta: los sueños de revolución y redención social a
partir de una lucha que diera por fin a las clases sociales.
¿En qué medida Spartacus: blood and sand habla de la
época en que fue producido? Por un lado, la estética. La serie está compuesta
por trece episodios de cincuenta minutos de duración; el rodaje tuvo lugar en
un estudio en Nueva Zelanda y se desarrolló enteramente ante pantallas azules
de manera similar con la película 300 (Snyder, USA, 2007), una de sus
influencias más directas. Lo emparenta también con “300” “la sucinta vestimenta
de los gladiadores, su comportamiento, sus gritos sincopados y simiescos, el
espíritu de grupo o la identificación con la violencia y la muerte” (Marchena,
179) análoga a la de los espartanos. Otros aspectos comunes serían: “el uso de
la sangre, el rodaje realizado ante pantallas azules para luego añadirle los
constantes efectos digitales, o el paisaje gris y amarillo, deudor no solo del
film sino también de la novela gráfica que lo inspiró” (Marchena, 179).
Las luchas en la arena evocan a la estética,
la coreografía y el ritmo sincopado de los videojuegos. Esto se percibe también
en la casi exclusiva unidad de lugar: la mayor parte de las escenas transcurren
en la arena o en el ludus. El ludus constituye un lugar aislado, en lo
alto de las montañas de Capua. Transgredir los límites como en los videogames
implican la caída de los personajes al abismo.
Hay una
yuxtaposición de géneros narrativos desde el gore presente en los ojos que
salen de las órbitas, las cabezas pisadas, el regocijo en los cadáveres, los
miembros amputados, los intestinos que asoman de los abdómenes de las víctimas y
la omnipresencia de litros de sangre hasta referencias a películas de terror
concretas como El silencio de los
inocentes (Demme, USA, 1991), Gladiator
(Scott, USA, 2000), o series tales como Roma
(Milius / Heller, USA, 2005) o Yo soy Claudio (Wise, UK, 1976). Como en
un videoclips las luchas se desarrollan bajo música rock y frecuentemente
Batiato como maestro de ceremonia presenta las luchas como si fueran un
super bowl de la Antigüedad (Marchena, p. 177). La apelación al comic se
manifiesta también en el hecho de que nunca se sabe la verdadera identidad del
héroe. Spartacus es el nombre que le asigna Batiato. Su nombre real solo lo
conoce su amada Sura. Spartacus porta así una doble identidad, una máscara que
lo asimila a los superhéroes clásicos.
Por otro lado, lo
que más da cuenta del aire de los tiempos en que se produce Spartacus: blood and sand y que marca su
mayor contraste con el Espartaco de
Kubrick es la desideologización de la rebelión. Los gladiadores parecen aceptar
su suerte con resignación e incluso ven en el interior del ludus la posibilidad de lograr riqueza, fama, gloria o de alcanzar
la libertad. La revuelta estalla únicamente cuando confluyen diversas
humillaciones individuales: cuando Espartaco es obligado a sacrificar la vida
de su amigo Varro (Jai Courtney) o cuando descubre que Batiato ordenó matar a
Sura (Erin Cummings); cuando Crixo (Manu Bennet) pierde a Naevia (Lesley-Ann
Brandt) y es
envenenado por Batiato; cuando al Dottore
(Peter Mensa) se le revela que
fue Batiato quien asesinó a Barca (Antonio Te Maioha).
La revolución comunitaria se metamorfosea así en un conjunto de venganzas,
reivindicaciones o búsquedas puramente personales. Eso se pone particularmente
de manifiesto en las dos situaciones completamente diferentes en las cuales, en
la película y en la serie se grita: ¡Yo soy Espartaco! En el caso de la versión
de Kubrick constituye el momento más emotivo y un verdadero canto colectivo a
la libertad y a la solidaridad comunitaria frente a la delación que pretende
imponer el poder. En la serie, es el
protagonista quien grita la frase, después de triunfar sangrientamente sobre la
arena y frente a una multitud enardecida que lo celebra: una reivindicación completamente
individual del nombre que le puso su propio explotador y del sentido y la vida
que el dominador pretende imponer.
Spartacus: blood and sand hace
de la violencia y de la sangre un eslogan y una marca. La sangre no purifica ni
contamina, no es sangre revolucionaria ni sangre derramada que será vengada, no
es sangre redentora ni traidora. Es simplemente sangre y una cámara que se pone
al servicio exclusivo de la violencia como mero espectáculo. La crueldad
exacerbada de la arena se complementa con el comportamiento salvaje,
embrutecido, febril, sadomasoquista y sexual de los espectadores. El público
pide sangre a cada combate. El espectador de la serie hace lo propio. Tal como
advierte Elia (2011) “ tanto los videojuegos como la serie televisiva evitan
cualquier tipo de reflexión sobre el aspecto trágico de la violencia para
concentrarse en la habilidad del ‘héroe’ al ejecutar su papel en el campo de
batalla”(2011, p.83). Sin reflexión. Spartacus…
se constituye en serie paradigmática de la sociedad de la violencia y del
espectáculo de masas.
A su vez, la serie Spartacus: blood and sand lleva al
paroxismo las reglas del género del péplum y también la explotación del
homoerotismo y de la estética camp.
Los gladiadores forman un universo masculino en el espacio del ludus. Las escenas más recurrentes los
ve caminan siempre semi desnudos, tocándose entre sí peleando o bromeando,
humectándose con aceites, duchándose juntos y exhibiendo orgullosos sus
músculos, genitales (la exhibición de los genitales masculinos constituye una
trasgresión al género) presentándose como una hermandad basada en el
compañerismo, el honor y la camaradería. La formación de los gladiadores
incluye sesiones de masajes en el sauna y los baños y la modelación de sus
cuerpos entrenados para el placer sexual y el espectáculo en la arena para el
público romano. La cámara se detiene obsesivamente en los cuerpos masculinos y
particularmente en aquellas zonas erógenas que suelen ser también las elegidas
por la cultura erótica y pornográfica: vellos, músculos, brazos, axilas, culo y
órganos genitales. Como explica Cortés, “la preparación para el combate en la
escuela de esclavos sirve para justificar un énfasis visual en el cuerpo del
gladiador, propiciando que se bañen, se afeiten, se masajeen y se cubra el
cuerpo de aceite para hacerlo más deseable a la mirada de los espectadores
(Cortés, 2004, p. 179.)
Si en principio los gladiadores constituyen lo
que al decir de Eve Kosofsky Sedgwick
sería una comunidad homosocial ,
parecen más libertarios aún porque admiten las relaciones homosexuales entre
sus filas. Eso se pone de manifiesto tanto en la dulce, salvaje y sexual dupla
de amantes compuesta por los gladiadores de raza negra Barca –de origen
cartaginés- y Pietro (Eka Darville), como en las orgías en donde los esclavos son
utilizados por sus amos como mano de obra sexual y también aprovechan para
gozar entre ellos y que incluyen tanto relaciones heterosexuales como
homosexuales. Cuando el joven Pietro se suicida tras la muerte de su amante y
harto de sufrir golpizas y violaciones a manos de Gnoao, Espartaco mata al
agresor de Pietro, transgrediendo uno de las principales tabúes del ludus: asesinar a otro gladiador. Por
primera vez la figura de Espartaco se erige
como héroe del orgullo gay, lo cual constituye un guiño más al público
de la comunidad a la que está particularmente dirigida la ficción.
Quizás porque en principio la serie Spartacus:
Blood and Sand, no parecía generar mayor
expectativa, que el placer onanista de contemplar esa orgía de músculos,
sexo y sangre que prometían sus imágenes es que todos terminamos fascinados con
el personaje principal y con el encanto de su protagonista, Andy Whitfield, el
bello canadiense que murió el 11 de septiembre de 2011 en la plenitud de su
vida y en pleno rodaje de la ficción que lo llevó a la fama perecedera de las
ficciones televisivas.
La serie comenzó siendo una nueva versión del peplum con una cuota mayor de sadomasoquismo y sexo explícito, y
era celebrable que recuperara la tradición de un género cinematográfico que
alimentó las fantasías eróticas de nuestros ancestros.
Sin embargo, el correr de los capítulos nos acercaba a la historia: una
interpretación plausible de la extraordinaria rebelión de esclavos liderada por
un gladiador tracio llamado Espartaco en el año 73 a . C que, escapando de un ludus de Capua con armas fabricadas con
objetos de la cocina y con 74 hombres logró organizar un ejército de 60.000
soldados y mantenerlo durante dos años.
Cualquier referencia a la historia de Espartaco remite a la inolvidable
versión que hizo Stanley Kubrick y protagonizó Kirk Douglas. Estrenada en 1960
y basada en la novela del escritor comunista Howard Fast, en la película la
rebelión de esclavos de Espartaco puede ser leída como metáfora de las
guerrillas negras libradas en el contexto sociopolítico de esos años y de la
lucha por la igualdad social contra el capitalismo. Así también como símbolo de
cualquier rebelión de hombres oprimidos contra los hombres que los explotan.
Sin exagerar, pero Andy es el mejor Espartaco después de Kirk Douglas. Un
punto a favor de la serie es que lejos
de la idílica y bucólica comunidad de esclavos libertos que muestra el film y
que idealiza la rebelión de los dominados, en la serie Spartacus: Blood and Sand, los dominados, los esclavos y los
gladiadores son salvajes merced a la explotación, animales sedientos de sangre
y violencia que recorren un tortuoso camino en donde ensucian sus manos para
conocer el valor de la palabra libertad.
Entre los salvajes, brilla Andy – Spartacus como la peor fiera
acorralada. Una palabra que lo define es desmesura. Desmesura en el amor por su
amada que se troca luego en desmesura en el dolor por la pérdida. Desmesura en
la arena degollando salvajemente a los otros gladiadores para metamorfosearse
luego en desmesura en el odio a su amo y en rebelión y en ansias de libertad.
No hay en principio conciencia de raza, ni de clase, tan solo instinto, amor y
dolor por su mujer y por los goces del cuerpo, un corazón que late más fuerte,
un cuerpo atado a la tierra que clama venganza por la pérdida. Por ello, en el momento de la huida y de la
matanza de los amos (todavía resuena en mis oídos su voz emitiendo las palabras
justicieras: “Solo resta matarlos a todos”),
Andy – Spartacus se arroja a ella como a todo: con los ojos, con el
cuerpo y con el corazón.
Aunque no aparezca de tal modo en el espíritu y en la concepción de la
serie la figura de Espartaco reivindicada por Marx, por Lenin o los rebeldes
alemanes del ‘19 se erige como paradigmática de la utopía de la revolución que
compensa las penas de los hombres. Por
un tiempo, Andy Whitfield le puso la imagen a esa ilusión y por ello será
recordado.
No lo veremos derrotado en la batalla del Silaro, rodeado y luchando
hasta la muerte. Ni crucificado despidiendo a su amada. La última imagen que
tendremos para siempre de Andy es soñada: su espléndido cuerpo desnudo, los
ojos celestes y límpidos llenos de furia y esperanza, sus manos abriendo las
puertas del ludus, sus brazos
musculados alzados en señal de victoria y su ser marchando glorioso dispuesto a
hacer temblar a Roma y a entrar en el Cielo de la Historia.
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