domingo, abril 28, 2019

LITERATURA | EL MAESTRO DEL SECRETO, se publican cartas de José Bianco
























Por Adrián Melo.


Antes de que la era internet revolucionara el concepto de intimidad José Bianco es quizás el último exponente en Argentina de una generación para la cual las cartas fueron a la vez un género literario, una manera de mantener un intercambio fluido intelectual y afectivo con sus contemporáneos y una pesadilla. La pesadilla consistía en que conllevaban en sí mismas el peligro de que por alguna indiscreción en el presente o en el futuro ciertas cuestiones privadas y aún íntimas entraran a la esfera pública.

En ese sentido, no parece casual que la reciente publicación del Epistolario de José Bianco –que constituye por sí solo un acontecimiento literario- no contenga las cartas que el escritor le dirigió al poeta Enrique Pezzoni, con quien mantuvo una intensa relación afectiva luego devenida en perdurable amistad, ni las cartas dirigidas a Manuel Puig. Se sabe que las primeras fueron quemadas probablemente por algún familiar. De las segundas se desconoce el destino.

Sin embargo, en esta edición con prólogos ejemplares de Daniel Balderston y María Julia Rossi, un afectuoso epílogo de Eduardo Paz Leston y algunas páginas del Diario de Bianco, los secretos y las complicidades como la belleza literaria se cuelan entre las palabras, los gustos y las anécdotas.

Así, entre tantas perlas, en una carta dirigida a Silvina Ocampo en mayo de 1970 relata una salida con Puig y describe: “Está más Puig que nunca. Salimos juntos los otros días (fuimos a visitar a una pareja amiga, los dos divorciados, que piensan casarse). A la vuelta; yo: sí, tiene que casarse. Yo conozco a los padres de ella desde hace muchos años … Son dos burgueses, a ninguno puede gustarle que esté viviendo con ese muchacho sin casarse. Pensá en tu mamá, por ejemplo. Si hubiera tenido una hija mujer, no le gustaría. Puig (se alejó hasta el medio de la calle y después, precipitándose sobre mí que metía la llave para abrir la puerta de calle): ¡La tiene, la tiene! ¡La tiene! ¿Me vas a hacer creer que soy un hombre? ¡Miserable! Todo entre risas y gritos con voz de Iris Marga, a quien nunca he visto representar pero que admiro mucho a través de Puig. Y a la una de la noche, en medio de la calle desierta”.  En otras del mismo año le pide que le envíe un ejemplar de Las amistades particulares de Roger Peyrefitte –novela paradigmática del amor entre varones adolescentes- que leyó en su juventud y quiere releer y  le cuenta el deleite que tuvo al ver una versión de Las criadas de Jean Genet interpretada por Luis Brandoni travestido. Y en junio le comenta que Enrique Pezzoni fue a Roma para caer en brazos de  Pancho Murature “que lo invita todo (menos el pasaje)”. El rescate de Murature (también mencionado en algunas páginas del Diario de Bianco), personaje hoy casi ignoto y famoso en la clase social de su época, especie de gentleman nacional e internacional que solía intimar con marineros y ascensoristas, adorador de estrellas de Hollywood y que fuera encontrado muerto en su bañera en la década del ochenta merecería un capítulo aparte.

Si Murature era en sus relaciones proclive a una especie de comunismo erótico,   el propio Bianco reivindica a Fidel Castro en carta a Juan José Hernández (marzo de 1960) porque “está reemplazando el turismo exterior que solo beneficiaba al lumpen proletariat por el turismo interior y poniendo al alcance de todo el mundo las bellezas de Cuba” al punto de que Bianco se pregunta si no sería preferible quedarse unos días más en Cuba y “renunciar a los infiernos aztecas y los paraísos mayas”.
Henry James con quien a menudo ha sido comparado el estilo de José Bianco llegó al extremo de materializar sus terrores de que los secretos privados salieran a la luz en al menos dos de sus relatos: Los papeles de Aspern (1898) y Lo mejor de todo (1899). Ambas ficciones giran en torno a los papeles privados y póstumos de dos escritores famosos y los esfuerzos y artimañas de sus biógrafos para apropiarse de ellos.  A su vez, La pérdida del reino (1972), la obra maestra de Bianco,  se presenta como una lectura de papeles privados: los de Rufino Velázquez . En ellos aparece revelado que, Rufino Velazquez ha estado enamorado toda su vida, sin confesárselo de su antiguo compañero de colegio, Néstor Sagasta, y que-solo puede sentir pasión por las mujeres que su héroe modélico ha llevado al lecho. Una estrategia similar sigue en su nouvelle Las ratas donde el protagonista, Delfín, advierte que las páginas de la novela donde revela la pasión por su hermanastro “serán siempre inéditas”. Bianco fue cuidadoso en insinuar su erotismo pero no revelarlo. La metáfora fue la paradigmática de la sociedad victoriana: la puerta entreabierta, la idea de que era fascinante tener un secreto y que todos supieran que había un secreto pero solo develarlo a medias. Finalmente, en carta a la misma Silvina Ocampo, el secreto y la estrategia salen a la luz. A propósito de La pérdida del reino le escribe a su amiga: “No te va a gustar nada, en el caso hipotético de que alguna vez la termine. Psicología, homosexualismo (muy disimulado), amores de un hombre con mujeres que lo que busca en el fondo, incesantemente, es el hombre que odia (los que aman, odian) que se ha acostado con ellas. Pero todo, ya te digo, muy ambiguo. El lector no tiene por qué darse cuenta”. Finalmente las palabras son pronunciadas y el amor que no osa decir su nombre es nombrado.

José Bianco, Epistolario, Prólogos de Daniel Balderston y María Julia Rossi. Epílogo de Eduardo Paz Leston, Eudeba, Buenos Aires, 2018.

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