martes, febrero 27, 2018

TEATRO | CAMUFLAJE, juguemos en el bosque con el lobo



Por Darío Cortés.

Enrique Federman presenta su nueva obra en el teatro La carpintería los días miércoles. Junto a cinco actores van estableciendo las reglas de un juego insólito, mientras lo están jugando. Es una comedia furiosa, rabiosa y fascinante. Nos reímos del juego para no llorar. Un juego que todos y todas deberían ver.

Las señoritas,
bien hechas, amables y bonitas
no deben a cualquiera oír con complacencia,
y no resulta causa de extrañeza
ver que muchas del lobo son la presa.
Y digo el lobo, pues bajo su envoltura
no todos son de igual calaña:
Los hay con no poca maña,
silenciosos, sin odio ni amargura,
que en secreto, pacientes, con dulzura
van a la siga de las damiselas
hasta las casas y en las callejuelas;
más, bien sabemos que los que fingen bondad
pero por dentro mentirosos, feroces y feos
cuidado con esos…
entre todos los lobos ¡ay! son los más fieros.

Charles Perrault, moraleja final del cuento “Caperucita Roja” (1697)


Desde el apagón oímos a un guardaparque (¿o se trata de un oficial militar?) hablar por walkie tokie ¿Está hablando o está jugando? Se enciende la luz y vemos una cabaña o ¿un decorado de una cabaña? Estamos asistiendo a los preparativos del juego ¿o el juego ya empezó? ¿Es una cabaña que hospeda gente? ¿Es una guarida de entrenamiento militar? ¿Es una escuela de adoctrinamiento? Nada interesa menos que contestarnos estas preguntas porque lo más importante es que el juego nos atrapa y nos interpela. Como espectadores ya somos parte. No es necesario “entender” para participar del juego desopilante que ya comenzó y que con poca información provoca carcajadas involuntarias. El primer actor que entra a escena es Germán Rodríguez, que se supera en cada complejo desafío actoral que asume. Desde su oscura composición en la obra Absentha de Alejandro Acobino pasando por el histrionismo desplegado en Rodando hasta aquí y ahora en Camuflaje.

Sigue la segunda escena con la llegada de una mujer cargada de valijas (Soledad Bautista en un personaje ansioso, inseguro y verborrágico). Entra a escena otro oficial que aparentemente también reside allí (Néstor Caniglia compone a una criatura misteriosa y desconcertante). Hay relevo de guardias. El estratega se queda casi siempre en la cabaña y el segundo oficial está pendiente de alguien que debería llegar, se abriga, busca los binoculares, mira por la puerta esperando algo o alguien.  El oficial primero anota sus investigaciones mentales en un cuaderno, no habla, no siente, como que no está o está en otra cosa. Ensaya figuras y poses. Está ido pero también atiende al huésped recién llegado. Es claro, escueto y concreto en sus intervenciones.

Llega la segunda mujer en bicicleta (Eugenia Guerty, que despliega varias facetas de una extraordinaria actuación cómica) y habla mucho, no termina las frases, quiere explicar cosas que no vienen a cuento, no encuentra las palabras adecuadas. Una mujer desfasada, desbordada. Se ríe cuando no corresponde, se pone solemne cuando no hace falta. Se calla de hablar cosas por el que dirán pero cuando suelta la lengua, lo hace con confesiones y propuestas atropelladas. Está enamorada de una mujer pero también la llenaría de golpes. Y también podría adoptar un bebé o dos. Le llaman la atención los objetos, las cosas de la cabaña, las mira, las toca, las revisa. Lee en voz alta la lista de huéspedes. Han pasado por allí abusadores y acosadores de mujeres que son mencionados con nombre y apellido, miserables que son recordados por sus repudiables frases más que por sus nombres.

Cuando las reglas del juego y el azar llevan a los personajes hacia el abismo, aparece un oficial a cargo, de rango mayor (Lisandro Fiks) para poner las cosas en orden. Cuando parece que las cosas se van a poner en orden, se ponen peor… se ponen espantosas. Situaciones llevadas al paroxismo. Hay borracheras, confesiones y viejas anécdotas sin gracia que cuenta el mayor y todos tienen que escuchar y reír porque no queda otra. También hay momentos para cuentos infantiles de lobos feroces y juguetones, ronda de chistes, juegos de mesa y juegos de insomnio en medio de la noche.

Y no sabemos cómo fue que aceptamos las reglas de este fascinante juego y nos encontramos asistiendo a un curso con doctrina tautológica donde hay lugar para todo:  es comandada por el primer oficial y participan dos aparentes gays reprimidos, dos lesbianas, un facho homofóbico con lenguaje altamente belicoso y violento que también reflexiona sobra la ecología, la tala de árboles en el sur, las muertes dudosas en los ríos, los disparos en la nuca a sangre fría, los matrimonios que “ahora se pueden”, la fascinación por las especies autóctonas y su fanatismo y su rendición a los pies de un imperio extranjero que quiere comprar todo el bosque sureño. Una contradicción atrás de otra. Se autoproclama bueno pero hacer el mal le da brillo a sus ojos. Después de su discurso, el personaje de Germán Rodríguez casi que se retira de escena realizado, ha cumplido una misión, esta más facho que antes, le crecieron los bigotes y le cambio el tono  de la voz y el tono del uniforme color  verde. Un ascenso cantado. Va a cumplir una misión y todos los demás, obsecuentemente y con fingida emoción y complicidad, lo despiden y festejan su maravilloso y violento desempeño. El juego lo juegan todos pero cada uno tiene que estar atento a su propio juego porque si no una prenda tendrá, como dice Antón pirulero (¿o Antón pistolero?). El juego da para el ninguneo, para el individualismo, tener miedo del otro o sospechar del otro, para la violencia en general incluso sin importar distinción de género, se puede maltratar al otro porque el juego lo habilita. Después de todo es evidente que gana el más fuerte, este juego no es para flojitos. Si alguien se equivoca es señalado pero si hay aciertos todos se los quieren adjudicar. Un impredecible juego de azar.

Hay una corriente de investigación desarrollada por la investigadora postdoctoral del CONICET, Noelia Enriz (en su artículo publicado en diciembre de 2011) que estudia la relación entre la antropología y el juego como fenómeno social. Allí sostiene que Handelman (1974) expone que los primeros abordajes se interesan por los diversos mensajes que en el marco del juego se brindan sobre aspectos de la sociedad. Desde la perspectiva de la filosofía griega, surgieron expresiones que otorgaban al juego valor como elemento de “adiestramiento” de la personalidad y por lo tanto de los comportamientos de los ciudadanos dentro de la polis. Así el juego desde los orígenes de la idea y práctica del mismo, se estudiaba y desarrollaba entre reglas, normas, roles, comportamientos, aceptaciones, tolerancias y prohibiciones. Así, para Platón en Las Leyes (1998), la sociedad ateniense debía atenuar su corrupción con una educación en valores centrada en el juego. El juego era percibido como un elemento disciplinador que sería tutorado, apuntando a la formación en valores de interés para el orden social. Esta línea, derivada del deporte, presenta una interesante vinculación entre juegos, doctrinas y prácticas. Si bien actualmente el juego nos remite a libertades lúdicas, su origen fue cuidadosamente sistematizado para un fin específico: controlar al ciudadano. Hay algo de esta corriente antropológica circulando en el ambiente que se respira en la obra que nos convoca, Camuflaje.

Es posible afirmar que el otro juego, el de la obra de teatro escrita y dirigida por Federman es un juego  atrapante y raro, provoca carcajadas por la exacta precisión de reloj con la que lo actores interpretan este admirable cuento cómico y altamente lúdico. Hay un juego dentro de un juego, el que juegan los personajes y el dispositivo que pone en funcionamiento su director con los actores. Elige narrar la historia con escenas cortas o muy largas y todas interesan por partes iguales. El director diseña en teatro –algo pocas veces visto- una especie de edición o montaje en un sentido fílmico. Elige cuidadosamente que parte mostrarnos y cómo. Vemos situaciones, fragmentos que tienen coherencia o no pero que son acertadas en el momento en que suceden así como también se repiten y cobran otro sentido en una escena posterior. Un juego de mamushkas rusas delirante. Federman ingresa, con esta obra de teatro, una vez más a diversos planos de la comedia, del humor, de la tragicomedia, del recorrido de la comicidad en un trabajo de interpretación actoral profundo y creíble. Algo de esto ya sucedió en No me dejes así (también con Guerty y elenco) y en ¡Pará, fanático! (con un Carlos Belloso brillante en un unipersonal de 2002). También el mismo director se permitió aportar luz a propuestas comerciales que sin su intervención no hubieran sido especiales, como la dirección de actores lograda en el musical Sweet Charity (con uno dúo poderoso entre Flor Peña y Nico Scarpino) o The Pillowman (debut teatral de Pablo Echarri), entre otros montajes.

Hay una especial utilización del concepto de “adaptación” (objetivo fundamental en todo juego) en la propuesta de Camuflaje, la adaptación que manejan los actores en el juego dentro del juego (es decir en la acción), la que propone el texto y la de la dirección (el juego de la puesta en escena). Es una obra camaleónica, que es y que aparenta una criatura dentro de otra, así como para la biología el camuflaje es la ocultación de animales (o para el ejército) vestir objetos militares mediante cualquier combinación de métodos que permita pasar desapercibidos, así sucede con esta obra. Una de las características del camuflaje es la mimetización, es decir lograr la igualación exteriormente, lograr símiles al hábitat y así pasar desapercibidos. El camuflaje también es considerado una herramienta para retrasar el reconocimiento de algo real. Involucra el engaño, la mentira, el artificio y la apariencia. Puro teatro.


Créditos:
Camuflaje
Miércoles 20,30hs en La Carpintería, Jean Jaures CABA.
Elenco: Eugenia Guerty, Germán Rodríguez, Lisandro Fiks, Nestor Caniglia, Soledad Bautista.
Dramaturgia y dirección: Enrique Federman
Vestuario: Analía Morales
Escenografía: Mariana Tirantte
Iluminación: Omar Sergio Possemato
Música original: Pablo Martin
Asistencia artística: Juliana Ascúa




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