Por Darío Cortés.
La obra se presenta en el Camarín de las Musas los domingos.
Una pieza compleja y profunda, dentro de su aparente simpleza con mateada
incluida como acción principal.
“¿Por qué el amor que parece tan dulce
cuando se prueba, es amargo
y tirano? (…)
Esto que siento es lo
que hace el amor.
Mi tristeza es más pesada en mi pecho.
El amor es un humo
hecho de los suspiros.
¿Qué más es el amor? Es
una sabia forma de locura”
William Shakespeare, Romeo y Julieta (1597).
William Shakespeare, Romeo y Julieta (1597).
En un banco de plaza, Ana y Pedro se conocen. Una mariposa sobrevuela
sobre el primer diálogo y la muchachita de ciudad dice que es finita
como un papelito. Él, tipo de campo, la nombra etérea, impalpable, así como si
fuese un ser del cielo. Ana pensaba irse pero ni bien le habló el muchacho,
decide quedarse. En un vuelo de riesgo acepta un mate amargo. El encuentro inesperado se hace círculo y comienza a girar
la rueda de la fortuna, las palabras salen torpes, sin pensar o salen como salen y es el otro el que las
malinterpreta. Los 60 minutos de duración de la obra están planteados en tono de
comedia, calibrada como un reloj suizo con todos sus componentes. En el centro del
espacio van sucediendo una serie de giros (en todos los sentidos) que encuentran
su eje en ese flechazo.
Hablar de amor parece que está mal visto en el género dramático
y el autor de esta obra, Leandro Airaldo (que además es el director), enfrenta
este prejuicio o este lugar que según algunos se deberían evitar porque las
comedias románticas de Hollywood ya lo llevaron al paroxismo y porque hablar de
amor es un tema muy recurrente en el teatro fundante desde el Renacimiento en adelante
y porque me atrevo a afirmar que el teatro tiene una recurrencia a poner acción
al amor además de hablar de él y argumentar. El dramaturgo se mete de lleno, explotando el tema con su
creación, abarcando casi todos los recursos y estrategias del relato, del
dispositivo escenográfico, lumínico, el vestuario y de
la acción misma a través de una potente composición actoral. Los personajes no saben que están hablando del amor. Hablan de
otras cosas, de la vida en general pero todo se modifica, lo que va sucediendo cambia a cada
instante, gira. Ella espera un mate y se lo toma él primero, un sonido desde un
altavoz de un vendedor de chatarra, un “bicho feo” que parece lanzado por un pájaro
en el mismísimo momento en donde Ana confiesa que no se siente “linda” o "atractiva", a lo que el varón menciona que
sí. Bullicio de plaza, bichos de yuyo que suenan en cada silencio. Todo
conspira como banda sonora acertada.
Los amantes no saben que están argumentando acerca del amor
ni el destino pero el tan mencionado Cupido los unió en un banco de una plaza y
por alguna extraña razón tienen algo que decirse, sea relevante o se trate sólo
del clima, la consistencia de la yerba, la preparación del mate o de que a
veces viene dulce o amargo…el mate…el amor…la vida. El espacio es un pulmón en
un barrio, una plaza que puede estar en un pueblo o en una ciudad pero en realidad es un recorte de pocos metros
cuadrados de color gris rodeado de un color
negro profundo y bien oscuro. En ese recorte hay un árbol pelado y consumido,
sin hojas. La iluminación lo vuelve bello o primaveral y otras veces tenebroso, anunciando un final con olor a
invierno seco y frío pero allí en escena parece que es primavera o verano eternamente, las “estaciones
del amor”. Es desde el comienzo de ese vinculo en adelante donde las conversaciones se enredan, el discurso de
Ana y Pedro es distinto entre sí. Avanzan los diálogos, hay errores
gramaticales que Ana no le deja pasar, pero en el campo se habla así, dice él. Por
momentos parece que todo se va ir de las manos y que al ser tan diferentes
estos dos seres son incompatibles pero sin embargo no se mueven del banco, la
hora que dura el encuentro y desde la óptica del público habita una sensación de
que ellos no paran de moverse en escena cuando en realidad no es así, gira el
banco con un dispositivo metafórico de escenografía admirable, rueda el mate,
de repente se pierde el mate, vuelven a encontrarlo, así como se pierde el hilo
de la conversación o malinterpreta uno lo que dice el otro y le da un significado distinto, parece que al hablar se van entendiendo menos pero luego todo vuelve a sintonizar. La conversación parece al borde del
colapso siempre pero no, se disculpan, se gustan a pesar de todos los errores. No
siguen juntos por soledad, siguen porque se atraen. "Yo no dije eso", "No usé esas palabras", “No nos estamos entendiendo
en nada” dicen y a los pocos minutos repiten la frase: “Mire que cosa, a mí me
pasa lo mismo que a usted en todo eso. ¡Qué coincidencia!”. La composición lograda de dos antihéroes
es admirable y conmovedora. Dos actores que ponen todos sus elementos al servicio del juego y
brillan creando a sus criaturas: Emiliano Díaz y Soledad Piacenza.
La obra no es pretenciosa, es chiquita pero gigante. Es una
obra anti domingo total, es un bicho de luz revoloteando en la noche del campo
de la soledad, ahí donde los grillos suenan cada vez más fuerte hasta que algo
inesperado sucede y nos deja menos solos después de esa sensación ambigua de que enamorarse es una
equivocación, un juego perdido (“Caer en…” / Fallin in… como dicen en inglés)
pero esa es sólo una de las posibilidades del amor.
Ficha técnica y
artística
Dramaturgia: Leandro Airaldo
Actúan:Emiliano Diaz, Soledad Piacenza
Vestuario: Alicia Macchi
Escenografía: Miguel Nigro
Iluminación: Luciana Giacobbe
Realización de escenografia: Manuel Escudero
Música: Silvia Vives
Sonido: Silvia Vives
Diseño: Nadia Estebanez, Veronica Lopez
Asistencia de dirección: Nadia Estebanez
Producción: Nadia Estebanez
Dirección: Leandro Airaldo
Funciones
EL CAMARÍN DE LAS MUSAS
Mario Bravo 960 (mapa)
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Reservas: 4862-0655 / 1541753079
Web:
http://www.elcamarindelasmusas.com.ar
Entrada: $ 300,00 / $ 240,00 - Domingo - 20:00 hs
Lunes - 18:30 hs - 19/11/2018
Entrada: $ 190,00 - Viernes - 13:00 hs - 23/11/2018
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