miércoles, julio 25, 2018

MÚSICA | HABLEMOS DE CONCIERTOS Y RECUERDOS TRANSPIRADOS























Por Francisca Neira.

El emblemático cuarto disco de la banda chilena lanzado al mercado en 1990, producido por Santaolalla y Kerpel para EMI y que muchos críticos consideran el primer trabajo solista de Jorge González significa aún hoy un hallazgo de culto en la historia de la música latinoamericana.


En mayo de 1990 habían pasado recién unos meses desde mis ocho años de edad y vivía en Antofagasta, una de las ciudades del extremo norte de Chile, en la costa, junto al Desierto de Atacama. Ese mes se publicó Corazones, el cuarto disco de Los Prisioneros, una banda musical nacida durante los últimos años de la dictadura de Pinochet que con su rock simple, de canciones cortas y letras contestatarias supo encarnar a la perfección el sentimiento de una parte importante de la población que añoraba la salida del dictador y el retorno de la democracia.

Ese mismo año, de hecho, estuvo marcado precisamente por la asunción al poder del primer gobierno elegido en comicios libres tras 17 años de totalitarismo y el giro, ideológico y cultural, se evidenciaría en los más diversos contextos de la vida cotidiana desde la apertura ya sin condiciones a un sistema neoliberal, hasta un cambio radical en la forma de divertirse y festejar en un país que vivió sumido en el toque de queda y la represión durante años.

Evidentemente la música fue uno de los pilares que sostuvieron esa apertura en la cultura popular. Mi madre, consciente del momento que se vivía, nos llevó a mi hermana menor (!), a una vecina y a mí al concierto que la renovada formación de Los Prisioneros ofreció en el estadio de nuestra ciudad en el marco de la gira promocional del álbum. Aquel fue mi primer concierto y Corazones se volvió uno de mis discos favoritos hasta el día de hoy.

El material, integrado por nueve canciones que retoman un lenguaje musical que nunca fue totalmente ajeno a la banda y que estaba basado en el uso de sintetizadores y secuenciadores que esta vez aparecieron con mayor protagonismo y menos oscuridad que en los discos anteriores de la agrupación en los que predominaban las guitarras y baterías opacantes.

La producción, a cargo de Anibal Kerpel y Gustavo Santaolalla, además del cambio de la batería análoga de Miguel Tapia por una electrónica y el switch de la guitarra de Claudio Narea por los teclados de Cecilia Aguayo fueron, probablemente, los factores decisivos en ese sonido que hasta el día de hoy se cuela en los oídos de forma característica: bailable y pegadizo pero agresivo y provocador a la vez.

Las letras distan de la rebeldía de los primeros trabajos de Los Prisioneros. De acuerdo a la biografía no autorizada del grupo, Corazones Rojos (Aguilar, 1999) escrita por el periodista chileno Freddy Stock, el LP en su totalidad habría sido compuesto por Jorge González, líder, vocalista y bajista de la banda, a la mujer con quien sostuvo una relación apasionada, pero prohibida: Claudia Carvajal, la esposa del mencionado Narea, amigo desde la época del colegio de González y guitarrista de Los Prisioneros durante los primeros tres discos y también en un reencuentro posterior, en el siglo siguiente.

“Amiga Mía”, “Cuéntame una Historia Original” y, sobre todo, “Estrechez de Corazón” son canciones que de una manera u otra rescatan la tradición autoflagelante y dolorosa de los boleros de antaño, con una poesía tosca (bruta, incluso) pero rebosante de sentimientos que cuesta entrever si corresponden a rabia o amor. “Es tan difícil pensar con calma si estoy quemando mi corazón” nos canta González antes de desgarrarse en un “puse mi corazón en tus manos de niña”, frases que aunque inocentes, vulgares por comunes, “puñaleras”, seguramente representan en gran medida el sentimiento que más de alguna vez nos ha embargado a todos. “Estrechez de corazón” se ha convertido en un himno de la noche Santiaguina y es coreada a todo pulmón incluso por las generaciones que nacieron con posterioridad al ’90, aunque el mismo González haya señalado que no le gusta tocarla en vivo por el esfuerzo que requiere. “Es muy colorienta” fueron sus palabras.

Corazones, en su simpleza, vino a vomitar desamor, rabia, y sentimiento puro y grotesco sobre un país que vivía en la medida de lo posible, fingiendo modernidad, ocultando los muertos y las expresiones de tristeza; vino a gritar lo que a nivel personal se exigía callar, lo que de las entrañas saliera. Mientras el gobierno y los medios de comunicación evitaban los temas de sangre, la carátula del LP muestra una camisa blanca coronada con una mancha roja en el lugar del corazón, pero en el costado derecho (en ediciones posteriores se invirtió la imagen para que coincidiera con el lado “correcto del corazon”), sin aclararse hasta ahora la intencionalidad de esa decisión y, de la misma forma, mientras se busca mantener una sociedad “ideal”, González nos escupe “Corazones Rojos”, compuesta en un principio para la banda femenina Las Cleopatras, un rap convertido en himno del feminismo que funciona como un desagradable espejo del machismo propio de la época.



En definitiva, Corazones es un disco fundamental, no tanto por la tradición que podría inaugurar (no creo que lo haga), pero sí por toda la información que nos entrega del momento en que se grabó y publicó así como de los músicos que lo tocaron. No obstante es un gran disco porque es íntimo y desvergonzado, saca del clóset la sensibilidad por años escondida y reprimida, es una explosión de amor, desamor, llanto, sangre, rabia, sudor, y obviamente, soledad.  Corazones resuena en el pecho rocker de los chilenos hasta retumbar en cada latido latinoamericano.       


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