viernes, febrero 01, 2019

CINE | TENER O NO TENER FAMILIA: la película nominada al Óscar 2019 por Japón, “Manbiki kazoku”




Por Darío Cortés.

Un original y desgarrador relato acerca de la constitución de la felicidad en el seno de una familia diferente a lo convencional lleva al espectador a reflexionar sobre los valores sociales, la moral, las adopciones fuera de la norma y qué es lo que mantiene unida o separada a una familia.

“Todas las familias felices
se parecen unas a otras,
pero cada familia infeliz
lo es a su manera”
Ana Karenina (1875), León Tolstoi.


Parte de los films de Hirokazu Koreeda giran en torno a la idea de “familia”, a la importancia (o no) de los vínculos sanguíneos y a las relaciones humanas (“After Life”, “Nadie Sabe”, “Tal padre, tal hijo”, “Nuestra hermana menor”, “Después de la tormenta”, etc). Sin embargo, el director parecía estancado en una zona de confort demasiado bienintencionada, despertaba en los espectadores una que otra sonrisa y alguna emoción fuerte cada tanto. En esta obra rompe todos sus esquemas y los esquemas de los films sobre “familias disfuncionales”, incluso los elementos conocidos sobre cómo contar una historia dramática: sorprende, inquieta, emociona y deja “aire” al espectador para poder respirar cuando se desencadena la tragedia que se esconde en las vísceras de esta familia.

Manbiki kazoku  podría considerarse como un resumen de todos los miedos recurrentes de su autor y director, sus fantasmas, obsesiones; pero al mismo tiempo su última película es mucho más que eso. Es una obra que demuestra, por si alguna vez hubo alguna duda, su magnitud como cineasta. Una película que en algunos países pasó casi inadvertida del diamante en bruto que significa y de la que muchos críticos se preguntaron cómo es posible que se le haya entregado la Palma de Oro a Mejor Film en Cannes … y sí, en estos tiempos oscuros y neoliberales es necesario contar estas historias que arrojen luz donde parece todo perdido, historias sobre seres castigados, desclasados, obreros, con carácter resiliente, que no dan el brazo a torcer ante el aplastante sistema que impone un “supuesto orden” a lo establecido, a lo que está bien o lo que está  mal,  pero … ¿Quién dice que es lo que está bien o mal en una familia? ¿Los asistentes sociales? ¿La policía? ¿Los políticos? ¿Los medios de comunicación? En la historia, todos estos sectores están plasmados en la pantalla para que el espectador la mire desde una ventana y elija incluso qué sentir por lo que se cuenta.

El guion, el reparto perfectamente seleccionado, la fotografía y la dirección  nos introducen en el día a día de una atípica familia que vive delinquiendo para salir adelante, después de varios intentos fallidos por parte de los personajes adultos por introducirse en el medio laboral “legal” y "en blanco".  El director lleva al espectador en la trama de manera serena, retratando la intimidad de este grupúsculo de seres azotados por la miseria de un sistema despiadado donde los que menos tienen pierden siempre más que los de ningún otro sector o clase. De repente, hasta cuando es posible afirmar que vimos muchos relatos que denuncian las disparidades sociales, una sensación de extrañeza se apodera de la película y nos lleva a otra dimensión.

Será entonces cuando toda la ambigüedad acumulada explote, las máscaras de las apariencias desaparezcan y se abra un tercer acto de una complejidad moral que muy pocos directores son capaces de alcanzar.

Es una tragedia moderna sobre la soledad de los niños abandonados, sobre las familias ensambladas y las adopciones fuera de la norma. El primer acto es  simple dentro de lo complejo: al regresar de un robo, Osamu y su hijo encuentran a una niña que parece haberse quedado sola.  Es tarde en la noche fría de invierno en alguna parte de Japón. La niña está sola, en la casa parece no haber nadie y una menor está abandonada en medio de la noche en el balcón de un primer piso.  Osamu le pregunta si tiene hambre y si quiere ir a la casa de ellos, que son una familia. La niña desolada, acepta. Poco a poco nos adentramos en los integrantes de este grupo de personas que forman una piña indisoluble. La esposa de Osamu se resiste a albergar a la niña por la noche pero al día siguiente cede. La abuela y jefa de la familia (es excepcional el trabajo de Kirin Kiki) aprueba integrar a la niña a la familia y le comienza a “curar” las heridas en todos los sentidos. El segundo acto plantea cómo se construye la felicidad entre estos seres dispares que así como van diciendo los mismos personajes: “No les tocó pertenecer a este grupo sino que se eligieron, a diferencia del resto de las familias”. Se van desnudando las miserias y las alegrías que aparecen son más intensas. Todo camina sobre ruedas, nadie importa más que ellos y lo que sienten, se habla casi todo, o lo que se pueda hasta que de repente un cimbronazo los pone en Jake. Hay muy pocos personajes secundarios porque la película no necesita más que ahondar en la intimidad de cada integrante. 

Es logradísimo el papel de la esposa de Osamu, una mujer callada y dulce pero castigada por la vida, que patea el tablero incluso de lo que significa “ser madre” y poner el pecho siempre por su familia, a cualquier precio. La hermana menor, a caballo entre un pasado que duele y un presente en un prostíbulo para aportar algo en la casa es una de las composiciones actorales más silenciosas pero la actriz se maneja en un claroscuro interpretativo brillante.   

Una película tierna y cruda, amarga y dulce por partes iguales, que indaga en los vínculos más profundos de la unión familiar por antonomasia y como un espiral descendiente lleva al espectador a una caída libre de interpretaciones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

TEATRO | DANZA MACABRA, maravillosa y decadente destrucción

Por Darío Cortés. En un universo que se mueve como un vaivén catastrófico y esquizoide, se planta este destacado monta...