por Adrián Melo.
"Un libro de los mártires americanos" de Joyce Carol Oates, acerca del perdón y la promesa.
Siempre resultan conmovedores las situaciones en donde
se perdona lo imperdonable. En ese sentido la literatura del siglo XIX ha sido
ejemplar: cuando Edmundo Dantès,
el Conde de Montecristo de la obra maestra homónima de Alexandre Dumas
contempla que su ira y su venganza se extralimita y llega a herir a inocentes y
que está a punto de convertirse en lo que un ser tan despiadado como de quienes
pretendía vengarse suspende su revancha y finalmente libera a Danglars, el
hombre que más contribuyó a su ruina y a su desdicha. Eso ocurre también en Los miserables de Victor Hugo cuando Jean -Valjean le perdona la vida a Javert, su
eterno perseguidor, prototipo del guardia cárceles de la humanidad.
Un
libro de mártires americanos,
la última magistral obra de Joyce Carol Oates (de más está afirmar lo que ya se
dijo incontables veces y es que Oates es la novelista más prolífica y talentosa
norteamericana viva y que el día que gane el Premio Nobel cuenta con una
multitud de fanáticos en el mundo que saldrán a festejar en las calles entre
los que me cuento y por lo tanto mi crítica será muy subjetiva) es una
novela que trata sobre muchas cosas: es
una reflexión sobre el aborto (y en ese sentido parece hecho para el presente
argentino) pero también sobre la pena de muerte y un retrato implacable del
mundo contemporáneo en general y de Estados Unidos en particular en donde
prevalecen los atentados terroristas y el fanatismo religioso. Y en este
sentido resulta impresionante la manera en que la novelista crea datos que bien
puede sacarse de la más veraz realidad: asesinatos contra médicos que practican
el aborto por parte de sectas enfervorizadas religiosas, mitos pseudo - sacros
para defender el slogan: “Salvemos las dos vidas”, discursos de los fanáticos de un supuesto
Ejército de Dios que ejecuta vidas humanas y que se parecen peligrosamente a
otros tantos discursos radicales y de odio que escuchamos en el Senado en
contra del aborto seguro, legal y gratuito en boca de señores y señoras bien
profetas y paladines de los pañuelos azules-. Y finalmente es una novela sobre el
perdón y la promesa.
Y eso lo hace simplemente a través de la historia de
dos familias que desarrolla en 814 páginas que bien podrían leerse de un tirón
por la fluidez y la genialidad con que están escritas pero que se saborean lentamente
por su profundidad y porque entre las palabras de Oates se desliza
frecuentemente la rabia, la duda, la pena y la emoción contenida (con lo cual se relee con
sádico placer). Las familias son las de August Voorhes, médico idealista que
ejerce el aborto –con plenas convicciones sobre las libertades y el cuerpo de
la mujer- y de la de Luther Dunphy, un fanático evangélico que cree actuar en
nombre de Dios cuando dispara al mencionado galeno frente a la clínica de una
pequeña ciudad de Ohío. La novela sigue los destinos de sendas familias
truncadas por el dolor y la pérdida: de las mujeres de ambos –se mencionan al
pasar algunas de sus amantes- y especialmente de sus respectivas hijas y si
bien la empatía está con Voorhes, como en Oates nunca hay blanco y negro, sino
diversas matices del gris, frecuentemente nos hace sentir compasión por el
asesino Dunphi y su progenie.
Porque como ya lo anticipó Tolstoi en ese comienzo de
Anna Karenina destinado a hacerse célebre: “Todas las
familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un
motivo especial para sentirse desgraciada”. Y hay sutiles y brillantes
analogías entre los Voorhes y los Dunphi.
Como no todo lo que brilla es oro, la aparente familia feliz de los
Voorhes también tiene sus claroscuros que llevan a la reflexión.
Esos matices grisáceos se acrecientan cuando conocemos
el adorable personaje de Madelena, la madre de Voorhes, una mujer independiente
y que se mostró siempre como dueña de su destino que no quiso ejercer su rol materno
y que sin embargo amó intensamente a su hijo. En la historia de su vida que
desarrolla en unas pocas y conmovedoras páginas que dirige como una carta a su
nieta, el personaje de Madelena logra poner en jaque –con un argumento profundamente
vívido e inusualmente sólido y novedoso- aún a los que tenemos una posición
definida respecto al inquebrantable derecho de la mujer en relación a decidir
la interrupción de un embarazo.
Oates sabe crear personajes contradictorios: Jenna
Vorhees, la esposa de August, madre amantísima hasta que la tragedia la lleva
al abandono literal de sus hijos; Melisa, la hija adoptada nunca logró
integrarse a la familia Vorhees, Edna Mae, la sufrida esposa de Dunphi, Kinch, Darren,
entre otros de una galería de personajes inolvidables y bien trazados.
Pero el foco está puesto en las vidas paralelas de dos
de las hijas de Gus Vorhees y Luther Dunphi: Naomí Vorhees y Dawn Dunphi,
respectivamente. La primera, intenta convertirse en una documentalista
obsesionada con preservar el recuerdo de la vida y de la obra de su padre y lleva
escondido un oscuro secreto de revancha. Y la segunda, deviene en boxeadora de
cierto éxito. Dos vidas que se están buscando a contrapelo, casi sin decirlo y
que se encuentran casi al final (ojo que en los últimos párrafos voy a spolear
el final).
Y es allí, en estas vidas, donde aparece la
posibilidad y la facultad de perdonar.
El perdón, don divino según Hannah Arendt porque mediante él se puede,
en cierta forma, deshacer lo hecho. Don que contempla entonces la redención del
predicamento de irreversibilidad en las relaciones humanas. Por
el rencor se quiere disolver todo vínculo con quien ha sido ofensivo con sus
palabras o sus actos; y el arrepentimiento es un no querer abandonar el
instante de la falta. Frente a ellas se
erige el perdón que tal como lo expresa Arendt: “es ciertamente una de las más
grandes capacidades humanas y quizás la más audaz de las acciones en la medida
en que intenta lo aparentemente imposible, deshacer lo que ha sido hecho, y
logra dar lugar a un nuevo comienzo allí donde todo parecía haber concluido, es
una acción única que culmina en un acto único. La necesidad del perdón hace
justicia al hecho de que cada ser humano es más de lo que hace o piensa. Solo
el perdón hace posible un nuevo comienzo para el actuar, comienzo que
necesitamos todos y que constituye nuestra dignidad humana”. O como expresa en
otras de las inolvidables páginas de La
condición humana: “Sin ser perdonados, liberados de las consecuencias de lo
que hemos hecho, nuestra capacidad para actuar quedaría (…) confinada a un solo
acto del que nunca podríamos recobrarnos”. Perdón y la otra acción propiamente
humana según Arendt, es decir la promesa –promesa de amistad o quizás de una
historia de amor- (“Sin estar obligados a cumplir las promesas efectuadas
–escribe Arendt- no podríamos mantener nuestras identidades, estaríamos
condenados a vagar desesperados, sin dirección fija, en la oscuridad de nuestro
solitario corazón”) se unen en el final apoteótico de la novela: “Sucedió muy
deprisa. Alguien lo había decidido por ellas. Movidas por el consuelo en la
aflicción se abrazaron con fuerza la una a la otra sin querer separarse nunca”.
Joyce
Carol Oates, Un libro de mártires americanos,
Alfaguara, Madrid, 2017
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