viernes, septiembre 28, 2018

LITERATURA | EL ÚLTIMO LIBRO DE JOYCE CAROL OATES




por Adrián Melo.

"Un libro de los mártires americanos" de Joyce Carol Oates, acerca del perdón y la promesa.  

Siempre resultan conmovedores las situaciones en donde se perdona lo imperdonable. En ese sentido la literatura del siglo XIX ha sido ejemplar: cuando Edmundo Dantès, el Conde de Montecristo de la obra maestra homónima de Alexandre Dumas contempla que su ira y su venganza se extralimita y llega a herir a inocentes y que está a punto de convertirse en lo que un ser tan despiadado como de quienes pretendía vengarse suspende su revancha y finalmente libera a Danglars, el hombre que más contribuyó a su ruina y a su desdicha. Eso ocurre también en Los miserables de Victor Hugo cuando Jean -Valjean le perdona la vida a Javert, su eterno perseguidor, prototipo del guardia cárceles de la humanidad.
Un libro de mártires americanos, la última magistral obra de Joyce Carol Oates (de más está afirmar lo que ya se dijo incontables veces y es que Oates es la novelista más prolífica y talentosa norteamericana viva y que el día que gane el Premio Nobel cuenta con una multitud de fanáticos en el mundo que saldrán a festejar en las calles entre los que me cuento y por lo tanto mi crítica será muy subjetiva) es una novela  que trata sobre muchas cosas: es una reflexión sobre el aborto (y en ese sentido parece hecho para el presente argentino) pero también sobre la pena de muerte y un retrato implacable del mundo contemporáneo en general y de Estados Unidos en particular en donde prevalecen los atentados terroristas y el fanatismo religioso. Y en este sentido resulta impresionante la manera en que la novelista crea datos que bien puede sacarse de la más veraz realidad: asesinatos contra médicos que practican el aborto por parte de sectas enfervorizadas religiosas, mitos pseudo - sacros para defender el slogan: “Salvemos las dos vidas”,  discursos de los fanáticos de un supuesto Ejército de Dios que ejecuta vidas humanas y que se parecen peligrosamente a otros tantos discursos radicales y de odio que escuchamos en el Senado en contra del aborto seguro, legal y gratuito en boca de señores y señoras bien profetas y paladines de los pañuelos azules-. Y finalmente es una novela sobre el perdón y la promesa.
Y eso lo hace simplemente a través de la historia de dos familias que desarrolla en 814 páginas que bien podrían leerse de un tirón por la fluidez y la genialidad con que están escritas pero que se saborean lentamente por su profundidad y porque entre las palabras de Oates se desliza frecuentemente la rabia, la duda, la pena y  la emoción contenida (con lo cual se relee con sádico placer). Las familias son las de August Voorhes, médico idealista que ejerce el aborto –con plenas convicciones sobre las libertades y el cuerpo de la mujer- y de la de Luther Dunphy, un fanático evangélico que cree actuar en nombre de Dios cuando dispara al mencionado galeno frente a la clínica de una pequeña ciudad de Ohío. La novela sigue los destinos de sendas familias truncadas por el dolor y la pérdida: de las mujeres de ambos –se mencionan al pasar algunas de sus amantes- y especialmente de sus respectivas hijas y si bien la empatía está con Voorhes, como en Oates nunca hay blanco y negro, sino diversas matices del gris, frecuentemente nos hace sentir compasión por el asesino Dunphi y su progenie.
Porque como ya lo anticipó Tolstoi en ese comienzo de Anna Karenina destinado a hacerse célebre: “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”. Y hay sutiles y brillantes analogías entre los Voorhes y los Dunphi.  Como no todo lo que brilla es oro, la aparente familia feliz de los Voorhes también tiene sus claroscuros que llevan a la reflexión.
Esos matices grisáceos se acrecientan cuando conocemos el adorable personaje de Madelena, la madre de Voorhes, una mujer independiente y que se mostró siempre como dueña de su destino que no quiso ejercer su rol materno y que sin embargo amó intensamente a su hijo. En la historia de su vida que desarrolla en unas pocas y conmovedoras páginas que dirige como una carta a su nieta, el personaje de Madelena logra poner en jaque –con un argumento profundamente vívido e inusualmente sólido y novedoso- aún a los que tenemos una posición definida respecto al inquebrantable derecho de la mujer en relación a decidir la interrupción de un embarazo.
Oates sabe crear personajes contradictorios: Jenna Vorhees, la esposa de August, madre amantísima hasta que la tragedia la lleva al abandono literal de sus hijos; Melisa, la hija adoptada nunca logró integrarse a la familia Vorhees, Edna Mae, la sufrida esposa de Dunphi, Kinch, Darren, entre otros de una galería de personajes inolvidables y bien trazados.
Pero el foco está puesto en las vidas paralelas de dos de las hijas de Gus Vorhees y Luther Dunphi: Naomí Vorhees y Dawn Dunphi, respectivamente. La primera, intenta convertirse en una documentalista obsesionada con preservar el recuerdo de la vida y de la obra de su padre y lleva escondido un oscuro secreto de revancha. Y la segunda, deviene en boxeadora de cierto éxito. Dos vidas que se están buscando a contrapelo, casi sin decirlo y que se encuentran casi al final (ojo que en los últimos párrafos voy a spolear el final).
Y es allí, en estas vidas, donde aparece la posibilidad y la facultad de perdonar.  El perdón, don divino según Hannah Arendt porque mediante él se puede, en cierta forma, deshacer lo hecho. Don que contempla entonces la redención del predicamento de irreversibilidad en las relaciones humanas. Por el rencor se quiere disolver todo vínculo con quien ha sido ofensivo con sus palabras o sus actos; y el arrepentimiento es un no querer abandonar el instante de la falta.  Frente a ellas se erige el perdón que tal como lo expresa Arendt: “es ciertamente una de las más grandes capacidades humanas y quizás la más audaz de las acciones en la medida en que intenta lo aparentemente imposible, deshacer lo que ha sido hecho, y logra dar lugar a un nuevo comienzo allí donde todo parecía haber concluido, es una acción única que culmina en un acto único. La necesidad del perdón hace justicia al hecho de que cada ser humano es más de lo que hace o piensa. Solo el perdón hace posible un nuevo comienzo para el actuar, comienzo que necesitamos todos y que constituye nuestra dignidad humana”. O como expresa en otras de las inolvidables páginas de La condición humana: “Sin ser perdonados, liberados de las consecuencias de lo que hemos hecho, nuestra capacidad para actuar quedaría (…) confinada a un solo acto del que nunca podríamos recobrarnos”. Perdón y la otra acción propiamente humana según Arendt, es decir la promesa –promesa de amistad o quizás de una historia de amor- (“Sin estar obligados a cumplir las promesas efectuadas –escribe Arendt- no podríamos mantener nuestras identidades, estaríamos condenados a vagar desesperados, sin dirección fija, en la oscuridad de nuestro solitario corazón”) se unen en el final apoteótico de la novela: “Sucedió muy deprisa. Alguien lo había decidido por ellas. Movidas por el consuelo en la aflicción se abrazaron con fuerza la una a la otra sin querer separarse nunca”.

Joyce Carol Oates, Un libro de mártires americanos, Alfaguara, Madrid, 2017

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