Por Adrián Melo.
The gran showman combina el
encanto visual del Circo del Soleil, la más encantadora música pop y no
arriesga nada en nombre de la corrección política.
Hay una duplicidad moral y política en la comedia musical El gran showman (Gracey, 2017), que por momentos resulta interesante y
por otras, al menos, irritante. Es adecuado porque la duplicidad es inherente
al espíritu del personaje que se pretende recrear: P.T. Barnum (un encantador Hugh Jackman), considerado
pionero del mundo del espectáculo, y con opiniones encontradas entre sus
críticos contemporáneos: para algunos un
genio creador casual entre otros géneros del circo y para otros un
inescrupuloso que en su afán de pan, circo y dinero no dudaba en exponer
enanos, mujeres barbudas, gigantes, cuerpos totalmente tatuados, obesos,
jóvenes siameses, el hombre más alto o más fuerte del mundo y todo un ejército
de raros o de monstruos. En este sentido Barnum sería en el siglo XIX lo que al
siglo XX un híbrido entre Romay, Sofovich y Luis Cella.
Por un lado se evoca a un Barnum “rosa” en las pegadizas canciones pop y
deliciosos cuadros musicales, donde se destacan tres del comienzo: las poderosas
Woah, The Greatest Show y la romántica hasta la cursilería A Millions Dreams entonada en la
terraza, mientras la familia Barnum (la esposa interpretada por Michelle
Williams) baila entre las sábanas colgadas y son iluminados por una luna
enorme.
En lo kitsch y lo naïve residen las principales fortalezas… pero también
las debilidades de la película. Contada a la vieja usanza de los viejos
musicales de Hollywood aunque con evidente influencia de obras más
contemporáneas como Moulin Rouge y La la land (muchas y de las mejores
canciones pertenecen a la misma dupla de ese film: Benj Pasek y Justin Paul), la historia del hijo del sastre que deviene en
productor exitoso y adinerado no puede dejar de ser conservadora y contar una
vez más la realización de la utopía meritocrática americana.
Sin embargo, el circo tuvo en sus comienzos un costado subversivo con
esa familia queer de freaks y animales sin vivienda ni lugar fija, sin
identidades prefijadas y que contaba con la figura del payaso, en principio un
ser incivilizado, en el límite entre el humano y el monstruo y que como el loco
del teatro clásico tenía la potestad de hacer lo que le diera la gana, de
burlarse de lo establecido, de celebrar el mundo del bajo vientre e incluso de
generar caos. Con el tiempo desaparecieron los animales y los seres humanos “raros”,
sobrevivieron mayormente los circos “artísticos” integrados al circuito del
capital y el payaso grotesco y burlón –llamado
Augusto- tendió a ser suplantado por el payaso triste, blanco y estéticamente
refinado.
Por otro lado, aparece el Mr Hyde de Barnum: aquel que, ante la negativa
de un enano a integrarse al circo porque dice que no le gusta que se burlen de
él, le replica “Se van a reír igual. Y acá te vamos a pagar”. Y la frase
aparece con una connotación positiva. La visibilidad a cualquier costo redimida
por el dinero. La idea no es original. Desde la Edad Moderna al menos, la
exhibición de mutilados, discapacitados, siameses o retrasados mentales
constituía la única fuente de supervivencia de personas “anómalas” e incluso
servía para alimentar los ingresos de familias pobres. Eso dio lugar también al
siniestro negocio de producir seres deformes: secuestro de niños a los que les
rompían los brazos y las piernas y eran vendidos a ciegos, pícaros u otras personas
vagabundas con fines de lucro.
Los “monstruos” producían repulsión pero también fascinación: eran
“anormales” pero también seres humanos, difuminaban los límites, colapsaban las
identidades y creaban ambigüedad. Es aquí donde la película pierde una gran
oportunidad. Porque lejos crear una estética de la fealdad que fuera al mismo
tiempo celebración de lo monstruoso, los “raros” no son tales: casi se puede
decir que solo se ve belleza a la manera del canon occidental sin mácula. Eso
se ve particularmente en el romance interracial entre el bello joven de ojos
azules (Zac Efron) y la acróbata negra
(Zendaya) mientras cantan en las alturas Rewrite y The Starsy Star Crossed Love. Entonces la marcha del orgullo de la diversidad
de los freaks al son de la inspiradora e intensa This is me –ganadora del Globo de Oro y candidata casi cantada al
Oscar- pierde parte de su fuerza y de su rebeldía. Quizás The Greatest Showman podría haber sido la versión subversiva de Freaks de Tod Browing. En cambio,
resulta un himno a la alegría cinematográfica optimista que desentona con los
vientos neoconservadores que arrasan al mundo contemporáneo y frente a una
aparente rebelión se queda en el neoconservadurismo de lo políticamente
correcto.
El gran
showman (The Greatest Showman,
Estados Unidos/2017). Dirección: Michael Gracey. Elenco: Hugh Jackman,
Michelle Williams, Zac Efron, Rebecca Ferguson y Zendaya.
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