Por Darío Cortés.
Ben Burns (Hedges)
regresa a casa en la víspera de navidad. La madre de Ben, Holly Burns (Roberts)
le da la bienvenida, pero rápidamente se da cuenta de que su hijo está
sufriendo. Durante unas 24 horas que pueden cambiar sus vidas, Holly hará todo
lo posible por evitar que la familia se derrumbe y por salvar a su hijo del
infierno.
Parece acertada la decisión de la distribuidora de estrenar
un film ambientado en navidad con todos los ingredientes para emocionar hasta
las lágrimas en el mes de mayo (al menos en Argentina), fuera del contexto
navideño, porque el espectador no está híper sensibilizado por el edulcoramiento de los films con telón de sensiblero.
Aun así con algunos de estos ingredientes, la película logra inquietar y hasta angustiar
al espectador.
Regresa a mí comienza como una película familiar más y luego
desciende a los infiernos. Escindido su metraje en un par de segmentos
sucesivos, con sendos tonos, compases y armazones narrativos bien diferenciados
(de ahí que incluso podríamos considerarla como el resultado de ensamblar dos
géneros), la película de Hedges, conmovedora y atrapante, es un drama materno
filial de factura verídica y lugares comunes limitados y luego se construye un relato
que se acerca al thriller -algo artificial en lo argumental- pero incuestionablemente
efectivo en pantalla que vuelca el giro y el tono poderosamente y no suelta al
espectador.
No obstante, pese a sus copiosas virtudes en contenido y
forma, la labor del cineasta encuentra unidad, trascendencia y razón de ser
última en virtud del arrebatador y proteico esfuerzo de su protagonista por
componer un personaje de dimensiones superiores, capaz de erigirse no ya sólo
en referente –como ya logró en su día con Erin Brockovich (S. Soderbergh,
2000)– sino incluso en categoría de actriz a prueba de cambios de rumbos
dramáticos interpretativos acertados.
Peter Hedges no es precisamente un principiante y en su último
film como director y guionista vuelve a demostrar su potencial. Escritor
interesado ante todo en la familia como incubadora y escenario de lo más
determinante de la peripecia humana, tanto a nivel personal como colectivo, el
responsable creativo de Regresa a mí pisa una vez más dicho
suelo dramático, si bien en esta ocasión lo hace escudado tras un mascarón de
proa tan robusto e intimidante como Julia Roberts, actriz colosal al tiempo que
presencia totémica capaz de catapultar la carrera del director hasta cotas jamás
alcanzadas hasta la fecha (no solo comerciales sino también expresivas) y al
mismo tiempo constituye la interpretación posiblemente más distinta en la
carrera de Roberts –aunque este trabajo haya pasado inadvertido para algunos
críticos - porque se recurre a una figura de mujer sonriente y encantadora
madre y luego la actriz construye un doble de sus papeles recurrentes que rayan
un rango oscuro interpretativo pocas veces transitado por la actriz (como
aquella hija compleja que compuso para Meryl Streep en Agosto).
Un párrafo aparte merece el logrado trabajo de Lucas Hedges
(hijo del director) en un papel que lo corre de su lugar común de “niño bueno
con problemas”. Este desafío actoral lo instala como uno de los jóvenes con futuro
y potencial en la pantalla (en la línea de ese hijo desvalido que interpretó en
Manchester
junto al mar (Kenneth Lonergan, 2016).
La trama nos sitúa en la llegada sorpresiva de un hijo a su
casa materna que aún está sanando las heridas que el abuso problemático a la
heroína le provocaron. La clínica de internación autoriza repentinamente que el
paciente pase las navidades con su familia pero la madre no estaba notificada y
si bien es la mejor noticia que la jefa de familia puede recibir, los planes de
fiesta cambian a cada momento y generan más de un sobresalto en medio de un
intento por lograr una noche de paz y de amor. Lejos de eso, los hijos más
pequeños miran al hermano con extrañeza y el nuevo esposo de Holly duda de que en
la casa sólo reine la armonía.
La película es desigual, abrupta y crispada con recursos ya
vistos pero que funcionan a la perfección abordando un tema complejo, no sólo
el del consumo problemático de sustancias, sino el misterio que se ve
representado una vez más y que aún sigue sin una explicación racional y es el
corazón del relato: la relación madre e hijo. Freud sostenía que es una
relación establecida entre dos
individuos que se conocen en el vínculo, la madre es un ser complejo ya
desarrollado tanto física como emocionalmente y el otro que no está en
desarrollo complejo. El hijo se constituye como un ser indefenso, el cual
necesita de la presencia del “otro” para satisfacer sus necesidades y deseos.
Posiblemente esa madre que interpreta con altura Roberts luchó para tener ese
hijo, para guiarlo y ahora ya adulto seguirá luchando hasta las últimas
consecuencias para que no se pierda del camino. Freud también manifiesta que
uno de los miedos fundamentales de la madre que están en su inconsciente es que
ese hijo muera o enferme… y es el miedo implícito de esta madre coraje
protagonista. Y de ese "regreso" más que a casa es "volver a la madre". Finalmente, el relato se pregunta en medio de la angustia: ¿Por
qué una madre es capaz de perdonar todo a un hijo? ¿Por qué una madre es capaz
de hacer cualquier cosa por un hijo? Interesante film para no perderse. Sólo
estuvo en cartel pocas semanas en las grandes salas. Buscando en algunas carteleras
de CABA se puede ver.