Por Francisca Neira.
Escribir acerca de Violeta Parra es un desafío tremendo para cualquier chileno. Pareciera que todo acerca de ella está dicho y que nadie sabe nada al mismo tiempo. A 101 años de su nacimiento y pasados 12 meses de la euforia que causó en Chile su nombre y figura, propongo una reflexión nacional y regional para que las injusticias pasadas dejen de mordernos los talones.
La semana pasada se cumplieron 101 años del natalicio de Violeta Parra,
cantora, compiladora, escultora, pintora, bordadora… en fin, artista
autodidacta que se ha convertido en un ícono del arte popular, la autogestión,
la resistencia y compromiso con la lucha por las injusticias sociales, pero
también de la falta de reconocimiento por parte de la institucionalidad y el
Estado chileno. No quiero sonar injusta, sé perfectamente que hoy existe en
Santiago un museo que lleva su nombre y que rescata su trabajo y legado; que el
Día de la Música Chilena, establecido por la Sociedad Chilena del Derecho de
Autor (una corporación de derecho privado sin fines de lucro) se celebra en la
fecha de su cumpleaños, que el Centro Cultural Palacio La Moneda mantiene una
exposición permanente de su obra en una sala que lleva su nombre y que varios
libros y filmes toman su vida como eje central de tramas e investigaciones que
han puesto su nombre en las bocas de generaciones más recientes.
Pero sabemos, todos los chilenos, que eso no siempre fue así y que la Viola
Chilensis murió sumida en una lucha por obtener recursos y abrir espacios para
que su arte y el de otros fuera apreciado y valorado. Quizá su cuna humilde,
las pocas sílabas de su apellido o su interés por el sustrato rural,
tradicional y obrero, sin dejar de lado su perspectiva femenina de lo que veía
a su alrededor y de manifestar su interioridad la llevaron a ser ignorada e,
incluso, vilipendiada muchas veces en su país natal.
Hija de un profesor y una campesina, nació en el sur de Chile en el seno de
una familia pobre y numerosa a la que, desde muy pequeña, se vio en la
necesidad de ayudar monetariamente, utilizando su canto y personalidad como
fuente de producción. Con el paso del tiempo, el éxodo a Santiago, sus dos
matrimonios y separaciones, el nacimiento de sus hijos y los viajes al
extranjero no cambiaron la situación precaria en la que siempre se había
encontrado: la vida de Violeta seguía siendo, antes que todo, el canto, el
folclor y un empeño inaudito en rescatar y valorar masivamente a la cultura
popular en la que había crecido y que, sabía, contenía la sangre de un país al
que la identidad se le escapaba entre los dedos.
“Arriba quemando el sol” o “Miren como sonríen” son ejemplos de la agudeza
de su discurso, de lo potente de su carácter y de lo solidario de su
pensamiento. “La lavandera” y “Qué he sacado con quererte” nos desgarran en un
sentir que da cuenta de lógicas patriarcales y sentimientos y necesidades
mujeriles que afuera de su mundo se disfrazaban de melodrama. “La jardinera”
evidencia el vínculo ineludible del humano con la naturaleza y “Verso por la
niña muerta” nos hace un recorrido por la culpa, la pena y el desconsuelo. Y ni
hablar de ese himno nostálgico que es “Gracias a la vida”, que ha recorrido el
mundo entero y que se ha transformado también en una suerte de carta de presentación
de los folcloristas latinoamericanos.
Muchas de esas canciones y otras han sido versionadas por un sinfín de
compatriotas, desde aquellos que cultivan el legado de sus sonidos, como Los
Bunkers, hasta aquellos que a primera vista parecieran no tener un solo punto
de coincidencia con ella, como los contestatarios y marginados K.K. Urbana,
pioneros del punk chileno. Y no hemos de olvidar a los músicos internacionales
que han hecho eco de sus palabras, tan dispares entre ellos como la argentina Mercedes
Sosa, el estadounidense Mike Patton o el italiano Jovanotti.
Hoy, Violeta Parra es uno de los puntos neurálgicos de la voz nacional
transgeneracional, aunque pareciera que el sitial patrimonial que merece su
figura recién ha comenzado a forjarse hace un par de años atrás. “Más vale
tarde que nunca” estoy segura de que pasa por las cabezas de muchos y que sale
de la boca de otros tantos. Sí, más vale. Y más vale también estar atentos
porque son muchos los artistas en Chile, Latinoamérica y el mundo que son
ignorados por el mercado y la institucionalidad y que, probablemente y con
suerte, tendrán el mismo destino que la trayectoria de la cantautora. Este año,
nuevamente, la conmemoración del natalicio de Parra pasó sin pena ni gloria en
un país que parece recordar solamente los centenarios. Chile fue injusto con
Violeta, esperemos que no lo sea con nadie más.