sábado, agosto 11, 2018

TEATRO | LOS DÍAS FELICES, inmortal y maravilloso Beckett






























Por Darío Cortés.


En una atrapante y lograda adaptación del emblemático texto de Samuel Beckett, Rubén Pires dirige a una brillante Rita Terranova y a un acertado partener, Gerardo Baamonde, en una puesta en escena tragicómica que impacta emocionalmente.


Samuel Barclay Beckett (Dublín, 1906-París, 1989) fue un dramaturgo, novelista, crítico y poeta irlandés, uno de los más importantes representantes del experimentalismo literario del siglo XX y figura clave del teatro del absurdo. Escribió sus textos en inglés y francés, fue asistente y discípulo del novelista James Joyce  pero donde más claramente es posible apreciar la evolución de su escritura, acorde a los avances de la época, es en su dramaturgia.


Fundamentalmente en el teatro desarrolló un género dramático sombrío, tendiente al minimalismo y de acuerdo con ciertas interpretaciones  profundamente pesimistas acerca de la condición humana. El pesimismo de Beckett  está influenciado por un particular sentido del humor, entre negro  y sórdido. Un mundo donde no hay Dios ni un sentido racional frente a la vida pero sí algo de desolación por parte de los seres humanos ante el hecho de estar vivos.

El Teatro del absurdo abarca un conjunto de obras escritas durante las décadas de 1940, 1950 y 1960 por dramaturgos estadounidenses y europeos. Se podría señalar que este teatro nació como una respuesta al desasosiego en el que quedó sumida la civilización luego  de la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias, como si hubiera prevalecido una especie de “sin sentido” frente a la vida y a los acontecimientos que no tenían explicación ni consuelo. De alguna manera el teatro, a través de autores como Samuel Beckett, Albert Camus y Jean Paul Sartre, entre otros, proponen en este periodo de casi treinta años, obras que parecen carecer de un orden realista, con diálogos rotos o repetitivos  (o circulares sobre las mismas ideas) y falta de secuencias dramáticas ordenadas, pero  que al mismo tiempo crean ambientes oníricos. Tanto en  la repetición como en la opresión y el sinsentido parece encontrase la clave que caracteriza el estilo de teatro.

En “Play”, “Final de partida” o “Los días felices” se destacan  criaturas que viven atrapadas en tachos de basura,  montículos de tierra o estructuras de formas irregulares que oprimen al ser que albergan. La incoherencia, el disparate y lo ilógico son también rasgos representativos en estos universos beckettianos.

Los días felices (“Happy days” - 1961), que se estrenó en francés como: “Oh les beaux jours” inspirado en el poema de Verlaine “Colloque sentimental” se convirtió en otra de sus obras más representadas después de “Esperando a Godot”. En la destacable puesta en escena de Rubén Pires,  fiel al estilo minimalista de Beckett, se  resalta lo emotivo, lo desconcertante y el absurdo.

Es admirable poner en pie una obra que daba cuenta de un 1961 convulsionado pero que hoy en día parece representar también ciertos hechos desconcertantes de la realidad. Pires propone asomarnos también a lo grotesco, la burla o lo extravagante que propone el relato.

Winnie (brillantemente interpretada por Rita Terranova) se presenta en escena semienterrada en un montículo bajo una luz cegadora de desierto o playa. Pese a ello, a través de un ritual de hábitos cotidianos, encuentra siempre motivos, por insignificantes que sean, para considerar sus días felices.  Posee una actitud pletórica y verborrágica de exagerado optimismo.  A su vez Willie (una actuación sutil, equilibrada y acertada de Gerardo Baamonde) es sometido por el discurso de la mujer que lo trata de cambiar siempre que puede. Willie parece algo obsesionado por el sexo, su libido está puesta en una foto algo “obscena”,  según Winnie, que guarda entre su ropa. Se pasa las horas en silencio contemplando los titulares de un periódico.

En su ensayo Piedra de toque (2012), Mario Vargas Llosa señala que en “Los días felices” la emotividad y la tensión no derivan de la acción, que es casi nula, ni del contenido del monólogo de Winnie, sino más bien de factores puramente formales: la graduación de los silencios, la dosificación de las alusiones cargadas de sentido humorístico, tierno, nostálgico, y en una gran parte de la interpretación misma, en las miradas, pensamientos y recuerdos de Winnie. Al respecto hay en la puesta de Pires acertadas elecciones que están relacionadas con el enfoque de Vargas Llosa y confían en el texto sostenido principalmente por dos grandes actores, un excelente director y un muy buen equipo creativo. Por eso brilla todo el conjunto en el manto oscuro que propone la obra.

Es destacable  la manera en que se captó la  paleta de claroscuros interpretativos que la obra necesita en las formas de decir de Winnie: con entusiasmo, otras apenas susurrado, ensordecedoramente, inaudible, rápido o lentísimo, según el momento dramático. El discurso de Winnie acaba por capturar al espectador y sumirlo en vértigo tal vez por la imagen de ver a la mujer  atrapada  en  la estructura estática. Esa inmovilidad que presenta  esta singular mujer  incrustada en una piedra en medio del desierto, acompañada por su buen Willie y su bolsa de objetos para darle rutina a sus días, crea un cuadro de impacto visual y emocional. El despertador que suena, aturde y marca un nuevo día que seguramente será maravilloso como los recuerdos que brotan de la ambivalente buena memoria de Winnie, que así como se queja de Willie también le recuerda que: “aquel día en que todos los invitados se fueron, él elogió en secreto sus rizos dorados”,  como si todo tiempo pasado fue mejor o si lo mejor está por venir o este es el mejor momento, pareciera que todo da igual y al mismo tiempo nada es lo mismo. Otro guiño muy Beckett.

Muchos críticos – además de Vargas llosa - señalaron que esta es la obra más simbólica del irlandés y que fue un encargo de su mujer Maureen Cussak. Se ha dicho mucho sobre la obra. Se ha dicho que es una alegoría metafísica, una parábola que expresa la tragedia del hombre moderno que ha perdido a Dios y se destruye a sí mismo sin darse cuenta. También una tragicomedia sobre el deterioro del amor en el matrimonio. Para otros, es un testimonio sobre la miserable condición humana (o la vejez) cuyo fin es la muerte o entierro. Además se le ha atribuido un mensaje realista a la pieza: el páramo ardiente en el que Winnie se encuentra es la destrucción humana con palabras y acciones encubiertas como un pequeño volcán a punto de erosionar y destruirlo todo.

Los símbolos son como frascos vacíos que usa Winnie y que cada espectador llena con el líquido que prefiere. Y  los objetos deberían tener el valor que cada uno elija. ¿Para qué empeñarse en ir más lejos que el propio autor? Una vez  le preguntaron  a Beckett: “¿Quién es Winnie? y ¿Por qué esperar a Godot?”,  Beckett respondió: “Si supiera todo eso, lo habría dicho en las obras muy claramente, para que no tengan que preguntármelo”.

Vayan a ver “Los días felices” por varias razones y porque en muchos sentidos el sinsentido de esta época alimenta el contexto para una obra que se pregunta también ¿Para qué estamos acá? y ¿Qué es un día feliz? o ¿Qué nos deparará el mañana? Y si vamos más allá… ¿Cómo es posible salir de un montículo que nos contiene, atrapados, oprimidos y sólo nos permite movimientos habituales, pequeños, optimistas y que no molesten a nadie? 

CREDITOS
Actúan: Rita Terranova – Gerardo Baamonde
Adaptación y dramaturgia: Rubén Pires
Supervisión dramatúrgica: Lucas Margarit
Diseño de escenografía y vestuario: Juan Micelli
Diseño de iluminación: Rubén Pires y Sebastián Crasso
Maquillaje: Analía Arcas
Diseño Gráfico: Nahuel Lamoglia
Fotografía y videos: Pic by Lis
Representante del autor: Marion Clara Reizes de Weiss
Realización de vestuario: Myrian D´onofrio
Peluquero: Jorge Barragán
Asistente de producción: Mechi Lando
Asistente de dirección: Alma Curci
Dirección general: Rubén Pires

FUNCIONES:
Miércoles 20.30hs, Teatro El Tinglado, Mario Bravo 948 – Caba. 

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